22/01/2025 Cuaderno de viaje - Tres días en Las Merindades (del 17 al 19/06/2022) - Autor: Pablo Olavide

NOTA DE LA REDACCIÓN
Este grupo tiene la suerte de contar con un cronista que nos descubre las bellezas de la naturaleza y del alma. Gracias Pablo por el deleite de tu escritura.

 


Cuaderno de viaje

Tres días en Las Merindades

del 17 al 19/06/2022


Contenido

1 La noche en vela. 1

2 Rumbo norte. 2

3 Medina de Pomar 3

4 Josu.. 4

5 Mirador de Covalruyu.. 5

6 La Mantequería. 6

7 Un instante de felicidad. 7

8 Ojo Guareña y Puentedey. 8

9 La magia del hayedo de Bezana. 10

10 Orbaneja del Castillo. 11

11 El lugar donde habita el recuerdo. 12

 

1 La noche en vela

Un viaje comienza antes de emprender la marcha. Uno trata de imaginar lo que se va a encontrar, los paisajes y monumentos que va a contemplar, las personas que va a conocer. Uno consulta el tiempo, repasa lo que se tiene que llevar y con quien va a compartir el viaje. Antes de tomar cualquier medio de locomoción, ya hemos viajado con la imaginación. Yo, al menos, llevo tiempo haciéndolo, desde que Begoña nos propuso pasar tres días en Las Merindades. Paso las horas trazando en mi cabeza la mejor ruta para llegar hasta allí, imaginando como será aquel lugar, quien lo habitará, qué aves me puedo encontrar… Y cuento los días para iniciar el viaje: diez, nueve, ocho… Mañana, por fin, comienza.

Hace rato que ha caído la noche y el termómetro marca todavía unos desesperantes 34ºC. Mi equipaje ya está preparado y repaso mentalmente si he olvidado algo. A buen seguro, algo echaré de menos. Lo dejo todo a los pies de la cama y me asomo a la ventana. La calle está desierta, iluminada por la luz anaranjada de las farolas que incrementan la sensación de sofoco. Y vuelvo a pensar en Las Merindades, en el norte, tal vez para alejar de mi cabeza este calor agobiante. Busco entre mis recuerdos la última vez que estuve allí. Me pregunto si aún encontraré aquellos paisajes verdes y amables que conocí cuando viajaba camino de Santander, si seguirán los pueblos oliendo a heno y leña, si las viejecitas seguirán sentadas en las puertas de sus casas mirando los coches pasar y las vacas pastando indolentes en los prados.

Un perro ladra en la distancia rompiendo el silencio de la noche y haciendo que mi mente regrese de Las Merindades. Una ambulancia pasa veloz tiñendo de destellos azulados las fachadas de mi calle. Y especulo si ambas cosas tienen alguna relación e invento una historia rocambolesca en mi cabeza que me distraiga en esta noche en vela.

Vuelve el silencio de nuevo a mi barrio, pero el sueño no se presenta esta noche. Demasiado calor. Demasiada expectación. Saco de mi cartera de cuero un cuaderno negro, mi rotulador Pilot 0.7 de color azul y me voy a la cocina buscando algo de alivio a este calor insoportable. Y comienzo a escribir:

Un viaje comienza antes de emprender la marcha…

Cuaderno de viaje 15 de junio de 2022

2 Rumbo norte

 El Nissan qashqais de José Antonio cruza veloz la meseta castellana escapando del sofocante calor de Madrid. Atrás vamos dejando Somosierra, Aranda, Lerma, Cilleruelo de Abajo (el pueblo de mi amigo Fernando) ... Atrás queda un paisaje de amarillos y dorados adornado por la esbelta silueta de los chopos o por alguna arboleda de encinas y pinos que ha esquivado la zarpa del arado o el diente de la oveja. Y mientras el vehículo devora kilómetros de autovía, José Antonio y yo trazamos nuevas excursiones para este otoño con el club Mirasierra: el Alto Tajo, la sierra del Rincón, la solitaria Guadalajara…

Pasado Burgos, hacemos una breve parada, el tiempo justo para tomar una cerveza sin alcohol y cambiar de conductor. Ahora soy yo quien conduce el rutilante qashqais por carreteras secundarias en dirección a Villarcayo. Nos dirigimos a la Castilla más cantábrica, allí donde se presiente el mar.

Cruzamos el páramo de Masa y, a falta de árboles, el bosque lo forman cientos de aerogeneradores que rompen la línea sinuosa de las montañas del horizonte. Sus aspas giran enloquecidas a nuestro paso, como si quisieran darnos la bienvenida, o despedirnos con airados aspavientos (nunca mejor dicho). Desde el alto de Las Mazorras, la carretera se precipita zigzagueante hasta el valle de Valdivieso. ¡Ya nos encontramos en Merindades! Aquí el aire ya huele distinto, la tierra tiene otro color, el cielo, otras nubes… Un paisaje que, inevitablemente, me lleva a la infancia sin saber la razón de ello. Hay otros escenarios que debería sentir más próximos y, sin embargo, es aquí donde presiento mi niñez. Tal vez solo sea este el motivo de este viaje, encontrarme con ella. 

Atravesamos el desfiladero de Los Hocinos llevando a nuestra vera al Ebro. Aguas abajo, el gran río ibérico ha creado uno de los cañones más espectaculares de la Península. Repaso mentalmente cual será nuestro programa en estos próximos días y compruebo con agrado que visitaremos este paraje de paredes calizas tapizadas de encinas y enebros, además del hermoso pueblo de Orbaneja del Castillo que se encuentra en sus cercanías.

Pasados unos kilómetros, el río sigue su camino y nosotros el nuestro.  Enfilamos las primeras calles de Villarcayo, desangeladas y anodinas. Siempre me he preguntado por qué no se ha cuidado la estética y el urbanismo de nuestros pueblos. Muchos de ellos han crecido de manera desordenada, anárquica, olvidándose de la arquitectura tradicional y del buen gusto. A nuestro paso, surgen naves abandonadas y arruinadas, algún restaurante donde sospecho que dan bien de comer y un par de rotondas (¡menudo negocio este de las rotondas!). Y atrás dejamos Villarcayo sin tener la oportunidad de conocerlo en profundidad, ¡ya habrá otra ocasión!, me digo, y nos dirigimos a Medina de Pomar. Allí nos esperan Olga, Floren, Sonsoles y Conchita.

 Cuaderno de viaje 16 de junio de 2022

3 Medina de Pomar

Las dos torres del Alcázar de los Contestables se divisan unos kilómetros antes de llegar a Medina de Pomar. Se alzan en medio del abigarrado caserío y parecen un par de faros que invitan al viajero a dirigirse allí. Nosotros así lo hacemos y aparcamos el vehículo de José Antonio junto a ellas. En una ocasión, un amigo me dijo que dentro de aquellos muros había más historia que en todo los Estados Unidos. Tengo amigos exagerados, lo reconozco, pero también ilustrados y sinceros, así que algo de verdad se esconderá en tan atrevida afirmación.

En seguida damos con Floren, Olga, Sonsoles y Conchita y los seis deambulamos por la calle Mayor en busca de un bar donde comer algo. A las tres de la tarde, las calles de Medina están desiertas, los vecinos se refugian en sus casas huyendo del calor a excepción de un par de parroquianos que, con curiosidad, nos preguntan de dónde venimos y a donde vamos. No me atrevo a entablar una discusión filosófica sobre estas dos grandes cuestiones de la vida, así que les contesto simplemente sobre nuestra procedencia y destino. Parecen quedar satisfechos de la respuesta y, a continuación, hablamos del tiempo y del futbol, dos temas recurrentes que no generan, en esta ocasión, controversia alguna. Pero a mí me hubiera gustado que nuestra conversación hubiera girado por esos intricados vericuetos de la existencia humana... ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?

Tras despedirnos de ellos, entramos en el café El Siglo. El local está vacío y en penumbra, pero el lugar invita a quedarse. Tal vez sea debido a que la temperatura es algo menor que en el exterior, o a los numerosos pinchos que se ofrecen, en ordenada formación, tras la vitrina de la barra. Sea por la razón que fuera, tomamos asiento en unos taburetes entorno a una pequeña mesa y pedimos croquetas, ensalada, tortilla… y cervezas. Hay lugares donde uno se encuentra a gusto y el café El Siglo es uno de ellos. Quizá sea en estos fugaces instantes cuando uno logra entender el sentido de la vida.

Cuando salimos del bar, las calles continúan vacías, en silencio, envueltas en una atmosfera sofocante como si una bola de fuego se hubiera desparramado por todas ellas. Caminamos de nuevo por la calle Mayor adornada por numerosas pinturas que cuelgan de los muros de las casas. Se trata de una iniciativa del Ateneo de Medina con el fin de dinamizar la vida cultural del pueblo y promocionar a los artistas locales. Las obras, con mejor o peor ejecución, sirven para dar un toque de color a las fachadas de las casas y, de paso, ocultar alguna que otra grieta en la pared.

Nuestros pasos nos llevan hasta una plazuela coqueta y reluciente donde el pueblo se asoma al río Trueba. Un poco más allá, se encuentra el convento de Santa Clara, pero nosotros ya no estamos para sumergirnos en la vida monacal. Damos media vuelta y cogemos los coches para dirigirnos a Espinosa de los Monteros, nuestro destino final.

 Cuaderno de viaje 16 de junio de 2022    

4 Josu

A las cinco y media de la tarde cae un sol de justicia sobre la plaza principal de Espinosa de los Monteros. Hace rato que hemos llegado todo el grupo, nos hemos alojado en nuestros respectivos hoteles (El Rincón y Sancho García) y ahora nos congregamos entorno a un tipo alto y desgarbado. Se trata de Josu, la persona que nos enseñará la comarca de Las Merindades durante este fin de semana.

Josu no para de hablar y su voz se proyecta potente sobre nuestras cabezas y flota unos segundos antes de desvanecerse con la llegada de nuevas palabras. Habla con entusiasmo, ese que tienen aquellos que hacen algo que sienten y aman. “En pocos lugares de nuestro país confluye tanta historia, cultura y naturaleza como aquí”, dice mientras mis ojos se posan en el enorme escudo heráldico que adorna la fachada del palacio de Chiloeches al otro lado de la plaza.

Josu continúa contándonos cosas de Las Merindades: del comercio de la lana merina que pasaba por aquí camino de los puertos cantábricos; del nacimientos del castellano en los monasterios cercanos; de la riqueza de ecosistemas que dan cobijo a numerosas especies; de los árboles; de los pájaros…

Cuando termina de presentarse, aplaudimos todos a coro y nos dirigimos a los vehículos para iniciar nuestro periplo por esta tierra norteña y castellana. Yo lo hago en el suyo, una desvencijada furgoneta azul, junto a José y tengo la ocasión de conocerle en el trayecto un poco mejor.

Se llama Josu Olabarría, vasco de Bilbao, aunque se siente más vinculado a esta tierra burgalesa en la que habita desde hace más de cuarenta años. Camino del pueblo de Las Machorras (curioso nombre para un lugar) nos cuenta cosas de Las Merindades, de su trabajo y de sus dos hijos que siguen el rastro de los animales mejor que él. “Y me jode”, dice con una sonrisa en su rostro, “porque yo he tenido que esforzarme, estudiarlo en los libros, y ellos, sin embargo, lo tienen innato, lo han vivido desde pequeños”.

Los dos compartimos afición por los pájaros y pronto nuestra conversación gira en torno a ellos. “Las perdices pardillas son como las cabras, en cuanto se espantan sale cada una por su lado”, y añade golpeando mis rodillas con la mano para enfatizar su afirmación: “Las perdices comunes son distintas, como las ovejas, todas vuelan en la misma dirección”. 

Esa tarde recorremos con Josu la ribera del río Trueba para cortar varas de avellano en su orilla, visitamos la cascada de Guargüero con sus pozas llenas de renacuajos y subimos al puerto de Lunada para ver, desde allí, la verde Cantabria. Y mientras permanezco a su lado en su desvencijada furgoneta azul, escucho su voz potente que me cuenta cosas, como que el olor a tierra mojada se llama petricor y que la semana pasada siguió las huellas de un oso en compañía de sus hijos. Y con su sonrisa perenne dibujada en su rostro, golpea con afecto mis rodillas contándome todas estas cosas. 

 Cuaderno de viaje 16 de junio de 2022

5 Mirador de Covalruyu

Por el espejo retrovisor de la furgoneta de Josu veo la hilera de coches que nos siguen. Deben de ser siete u ocho; tal vez alguno más. Nos dirigimos al puerto de Lunada para echar un vistazo a los valles cántabros de esta comarca pasiega. Mientras circulamos por la empinada carretera, no puedo apartar los ojos de este paisaje espectacular: prados verdes salpicados de cabañas, como si estas hubieran caído del cielo y se hubieran quedado aferradas a las vertiginosas laderas manteniendo equilibrios inexplicables.

Josu no para de hablar, de contarnos cosas a José Antonio y a mí con un entusiasmo desbordante. Y a cada comentario, golpea mis piernas como si quisiera rescatarme de mi ensimismamiento ante lo que contemplo. El paisaje lo es todo en este lugar, es algo que te atrapa, que penetra en tu interior con seductora violencia. Sin pedir permiso. A veces pienso que pertenecemos a un lugar, a un escenario donde nuestro alma habitó en otro tiempo. Al coronar el alto de Lunada, tengo la certeza que este es el paisaje donde siempre se refugiaron mis pensamientos.

Un poco más allá de la divisoria entre Castilla y Cantabria (siempre he considerado que ambas son Castilla) se encuentra el mirador de Covalruyu. Aparcamos los coches (y la furgoneta de Josu) en el arcén y caminamos cien metros para contemplar el panorama. Un viento fresco, con esencias marinas, nos recibe al asomarnos; hay que echar mano a una chaqueta o bien bajarse las mangas de la camisa. Agarrados a la barandilla de madera que nos protege del abismo, admiramos este paisaje donde el verde inunda nuestros ojos. Las laderas desprovistas de árboles me parecen inmensos toboganes verdes y fantaseo con deslizarme por ellas para ir a las playas de Laredo y Castro Urdiales. Persigo con la mirada la sinuosa carretera gris que, entre prados y nieblas, desciende hasta perderse en el valle. Parece una inmensa serpiente que juega a enroscarse por las faldas de las laderas para comerse a los niños que osen a deslizarse por ellas para llegar al mar…

El graznido áspero de las chovas me saca de mis ensoñaciones y acelero el paso para incorporarme al grupo que ya regresa a los vehículos. Y en medio de este inmenso escenario verde que nos acoge, pienso que somos diminutas motas de colores, leves y fugaces. 

De nuevo en la furgoneta de Josu camino de Espinosa, fijo la mirada en la ventanilla escudriñando las sombras que presagian la noche. Siento lejana la conversación de Josu y José Antonio, como si fuera la onda amortiguada que produce una piedra arrojada en el agua. Mi pensamiento ya no está aquí, está prendido en el mirador de Covalruyu, soñando con toboganes verdes que me lleven hasta el mar.

 Cuadernos de viaje 16 de junio de 2022 

6 La Mantequería

Ayer cenamos en La Mantequería (Espinosa de los Monteros) y hoy he vuelto de nuevo hasta aquí para tomar el primer café del día, ese que me recuerda que aún estoy vivo. Lo he hecho temprano, cuando el silencio aún se adueñaba de las calles y el sol se escurría tímido por los tejados orientados al mediodía. Pero antes de llegar hasta aquí, me he dado un paseo por las calles de Espinosa en compañía de José Antonio.

Espinosa de los Monteros es una localidad contradictoria, donde se contraponen preciosos palacios y casonas solariegas con edificios modernos de dudoso gusto. Quizás refleje esta mezcolanza urbana la verdadera esencia de lo humano: lo mejor y lo peor conviviendo juntos, la exquisita armonía de la arquitectura rural junto a bloques de pisos fríos y desangelados. No obstante, el pueblo aún conserva parte de la belleza que le dio el tiempo y el poderío económico de antaño, como la plaza de Sancho García, centro neurálgico del municipio, con su Ayuntamiento porticado, su palacio de Chiloeches, sus soportales y esos árboles trasmochados tan característicos de las plazas castellanas.

Hemos caminado por sus calles que evitan la línea recta, observado los caserones consumidos por el tiempo y el olvido y nos hemos asomado a los jardines donde se adivinaba alguna huerta con sus tomateras. Un gato pardo se ha cruzado a nuestro paso, ha subido a una tapia y, desde allí, nos ha mirado con desdén. Las golondrinas revoloteaban en un cielo azul afanándose en sacar adelante su nidada. Las golondrinas siempre vuelven al mismo lugar, igual que nuestros recuerdos.

Nuestra ruta nos ha conducido hasta la carretera que atraviesa el pueblo e, inevitablemente, a La Mantequería. La tranquilidad de las calles se cuela en este local iluminado por una luz tenue que hace agradable la estancia. Varios artilugios de los que se empleaban  para hacer la mantequilla adornan el bar y justifican el nombre del establecimiento. Un hombre de mediana edad, pelo cano y sonrisa afable nos recibe detrás del mostrador. Intuyo que se trata del dueño. Tostadas con mantequilla y café para desayunar; zumo de naranja también para José Antonio. Enseguida se nos une Elías, que ha tenido la misma idea de venir a primera hora a La Mantequería, y, sin dudarlo, pide un yogur, uno de esos maravillosos yogures con los que terminamos ayer la cena.

Mientras doy los primeros sorbos a mi café (excelente, por cierto), presto atención a la conversación que mantienen tres hombres sentados en torno a una mesa en un rincón. Sus rostros curtidos delatan una vida dura llena de soledades, lluvias y soles. Hablan de su ganado y del tiempo. Lo hacen de manera lacónica, resignada, con la convicción de que es inútil enfrentarse a los designios de los cielos y la Administración. Sospecho que esa misma conversación se ha repetido aquí durante muchos años, quizá durante siglos.

Dos nuevos clientes entran en La Mantequería y se apostan en la barra junto a nosotros. Son hombres mayores, con boina negra —apenas se ven ya viejos con boina negra—, y saludan al dueño con esa confianza que da el haber pasado muchas mañanas aquí. Tal vez, haber compartido también las largas tardes de invierno entorno a unos naipes y una copa de orujo mientras caía la nieve. “Hoy apretará el calor; llegaremos a los 40ºC”, dice uno de ellos. “Hoy apretará el calor”, corrobora el dueño poniendo dos cafés cortados sobre el mostrador.

Los ganaderos siguen a lo suyo, hablando de las vacas y del lobo mientras nosotros terminamos el desayuno y nos despedimos de La Mantequería hasta la hora de cenar. Afuera, el sol pugna por arrebatar las últimas sombras que dan algo de frescor a la mañana. Los tres enfilamos la carretera hacia la plaza de Sancho García donde nos espera Josu y el resto del grupo del club Mirasierra para comenzar la jornada en el hayedo de Quisicedo y la cascada de La Salceda.

Y me digo: “Hoy apretará el calor”, clavando la mirada en un cielo azul e impoluto. 

 Cuaderno de viaje 17 de junio de 2022

7 Un instante de felicidad

Fijo la mirada en ese líquido ambarino atrapado en mi copa de cristal. La luz del medio día arranca bonitos destellos de ella y, según la voy girando, va tomando diferentes tonalidades. Observo las diminutas burbujas que, una tras otra, se desprenden de las paredes y ascienden hasta la superficie. Se me ocurre que si no estuviese esa espuma blanca que hace de tapón, el aire se llenaría de gotitas de cerveza. Y sonrío.

Sentado junto a José Vicente, Conchita y José Antonio en la terraza del bar Las Machorras, no me decido a dar el primer trago. Continuo un instante mirando mi copa y luego desvío la mirada a las afueras del pueblo esperando que el resto del grupo regrese de la cascada de La Salceda. Hemos subido hasta allí esta mañana por el hayedo de Quisicedo, cobijados por la amable frescura que nos proporcionaba la arboleda y evitando el sofocante calor de este día. El salto de agua ha surgido al final de la senda, como si se tratase de un premio tras el esfuerzo, al igual que esta cerveza que tengo ante mis ojos. Allí he sumergido mis pies en las aguas frías de la cascada mientras escuchaba las risas y el chapoteo de los que han optado por darse un baño. Y he pensado que, a veces, puedes atrapar un instante de felicidad en un charco de agua.

De regreso, José Vicente, Conchita y yo hemos tomado el camino equivocado, el mismo que nos ha traído hasta La Salceda, mientras el resto, guiados por Josu, abandonó la sombra protectora del hayedo para regresar al pueblo de Las Machorras por otra ruta más inhóspita y calurosa. José Antonio se nos ha unido a mitad del camino preocupado por nuestro despiste.

 La espuma de mi cerveza se diluye en mi copa igual que lo hacía la espuma de La Salceda corriendo aguas abajo. Varios gorriones se agolpan chillando junto a nuestra mesa. El sol se esconde tras la morera que nos da la sombra y un milano cruza el cielo. Y por fin, una polvareda lejana anuncia la llegada del resto del grupo. No pregunto cómo ha sido la ruta que han tomado. No me hace falta. Veo la expresión exhausta de sus rostros, sus cabezas sumergidas en la fuente cercana, sus movimientos lentos que tratan de conservar la escasa energía que se les escapa por los poros de la piel. A ellos también les espera una buena cerveza. Y, entonces, como si ya tuviera el permiso para hacerlo, tomo mi copa, la acerco a mis labios y doy un buen trago. El líquido amargo cruza mi garganta y cae dentro de mi estomago como si fuese una cascada. Y pienso que, a veces, se puede atrapar un instante de felicidad en un sorbo de cerveza.

 Cuaderno de viaje 17 de junio de 2022    

8 Ojo Guareña y Puentedey

Huyo de los mundos oscuros y claustrofóbicos y, sin embargo, ¡ya ves!, aquí estoy, junto a todos los demás, poniéndome un casco de obrero de la construcción dispuesto a sumergirme en las entrañas de la tierra, a dejarme engullir por la montaña y penetrar en este laberinto cavernario de Ojo Guareña: la cueva más larga y profunda según aseguran algunos espeleólogos. Y uno tras otro, como si fuéramos hormiguitas de colores, penetramos en su interior. Una amplia sala, apenas iluminada por la tenue luz que se cuela por la verja de acceso, nos recibe. En ella hay varios bancos de madera ordenados en tres filas y una gran pantalla. Detrás de esta, surge una boca negra y misteriosa, ¡sobrecogedora!, que conduce a diferentes zonas de la cueva: una red de pasillos y galerías, de recovecos, de salas inmensas donde cabe un petrolero y pequeños agujeros por donde apenas entra el soplo quejumbroso del aire. Mi mirada se detiene en esa oquedad sin prestar atención a las imágenes que se proyectan en la pantalla y que con voz acogedora narran el proceso de formación de la cueva. Mi pensamiento está en esa claustrofóbica oscuridad frente a nosotros y me estremezco al imaginar lo frágiles que somos dentro de esta barriga rocosa; un mundo de estalagmitas y estalactitas, de seres microscópicos por descubrir, de tinieblas perpetuas, de aguas subterráneas que, siglo tras siglo, horadan las calizas, de decenas de kilómetros inexplorados…

Cuando la proyección toca a su fin y la pantalla se apaga, una muchacha nos anima a que la sigamos por un pasadizo que desciende suavemente al interior. Se trata de nuestra guía en esta visita y, en fila de a uno, vamos detrás de ella. Yo me quedo el último para escuchar el atronador silencio que nos rodea, únicamente roto por el murmullo lejano del fluir de las aguas. Tal vez este silencio me reconcilie con este mundo subterráneo. Tal vez este silencio me transporte a mis paisajes del pasado. Tal vez este silencio me lleve a mi niñez.

La muchacha inicia su explicación y sus palabras resuenan herméticas dentro de esta cavidad rocosa. “La temperatura y la humedad son aquí constantes a lo largo de todo el año”, nos dice y agrega: “En estos habitáculos que encontramos a lo largo del pasillo, guardaban los vecinos el grano y los víveres en tiempos de pillaje.” Tiempos remotos que quiero creer que nunca regresarán.

El pasillo desemboca en una ermita rupestre en honor a San Bernabé. El templo está profusamente decorado con pinturas en la roca sobre los milagros y martirios del santo. A mí se me antojan un tanto infantiles, sin mucho fuste, y me viene a la cabeza la bonita exposición pictórica que el día anterior contemplamos en Medina de Pomar. Tal vez, alguno de los autores de esas obras podría redecorar de nuevo este singular templo, me digo.

Cuando salimos del vientre de la tierra, abro la boca de par en par como si fuese un pez fuera del agua. Me dejo acariciar por el sol de la tarde y contemplo el horizonte lejano para llenarme de esos espacios abiertos que anhelo. Unas cabras descaradas se acercan a nuestro grupo para salir retratadas en la foto que nos hacemos todos juntos. Tras inmortalizar el momento, descendemos por un sendero donde se encuentra el sumidero del Guareña. El río desaparece tragado por la tierra para seguir esculpiendo las entrañas de la montaña y nosotros seguimos nuestro camino hacía nuestro próximo destino: Puentedey

Puentedey está de fiesta y hay música y baile en las calles, y barbacoa para las autoridades que se han acercado hoy a este pueblo. Por lo visto, la localidad ha sido galardonada con el título de “pueblo más bonito de España en 2022” y, a juzgar por lo que veo, parece un premio merecido.

Puentedey se asienta sobre un puente natural, un enorme agujero por donde circulan las tranquilas aguas (al menos hoy) del río Nela. El caserío se alza sobre el puente y trepa perezoso hasta la iglesia románica de San Pelayo que corona el pueblo.

Yo subo por sus calles y dejo atrás el bullicio de la fiesta. Desde la plazuela donde se encuentra la iglesia, observo la belleza que forman pueblo y paisaje: un minúsculo universo de tejados rojos asentado en un valle verde y sereno tan solo quebrado por la herida líquida del rio Nela y esa enorme oquedad a modo de túnel.   Y desde aquí me llega lejano el sonido de la dulzaina y el tambor. Puentedey está de fiesta y hay música y baile en las calles, y barbacoa para las autoridades que se han acercado hasta aquí.

 Cuadernos de viaje 17 de junio de 2022.

9 La magia del hayedo de Bezana

Hay quien cree que los hayedos son bosques encantados. Yo soy uno de ellos. Cuando nos internamos en el hayedo de Bezana, todo me parece mágico, con cierto halo de misterio, de cuento de hadas. No lo puedo evitar; mi pensamiento vuelve a viejas historias contadas en mi infancia. Tal vez aquí se encuentre ese paisaje ancestral que busco en este viaje a las Merindades.

Caminamos por la senda estrecha que marca la arboleda; una línea sinuosa, algo caprichosa, que nos conduce a las entrañas del bosque. Nuestras botas remueven la materia orgánica que cubre el suelo: miles de hojas en descomposición, minúsculos insectos que pululan entre ellas, hongos, bacterias… Hay todo un mundo complejo bajo nuestros pies.

El sonido de las pisadas se une a un coro de voces y risas. Y el bosque guarda silencio. Las aves callan y tan solo los árboles murmuran una leve melodía producida por el viento en sus copas. Yo enmudezco al igual que el hayedo y fantaseo con la idea de que somos “rostros pálidos” internándonos en el territorio sagrado de gnomos y duendes. Pero venimos, esta vez, en son de paz.

En pocos minutos llegamos a la cascada de las Pisas. Apenas tiene agua; tan solo un hilo transparente y sutil que se precipita desde cierta altura uniendo el cielo y la tierra. Este año, el verano viene temprano, seco y caluroso. Ayer lo sufrimos. Hoy también. Mañana, quizá.

El lugar es bonito: un anfiteatro tapizado de verde donde se disponen decenas de rocas formando un hermoso caos. Nos apostamos en este escenario y tomamos las fotos de rigor. Siempre me digo que las fotos nunca hacen justicia a lo que observamos, pero nos empeñamos en sacarlas para mostrarlas, unos días más tarde, a personas que nunca imaginaran la belleza del lugar. ¿Puede una foto mostrar un olor o un sonido? ¿Puede transmitir el roce de una mano? ¿Un beso?

Abandonamos la cascada y seguimos el curso del arroyo de la Gándara guiados por Josu. Yo me quedo el último y echo un fugaz vistazo a lo que dejamos atrás. Y reconozco que, en más de una ocasión, volveré con mi mente a este paraje.

El sol penetra en el hayedo en infinidad de diminutos rayos que nos van tocando uno a uno como si fuesen varitas mágicas. Iluminan por un instante nuestros cabellos, nuestros rostros, el sendero por donde caminamos… Luego, desaparecen esos haces de luz y surgen otros nuevos. Este juego de luces y sombras crea todas las tonalidades de verdes que pueda uno imaginar: verde-claro, verde-oscuro, verdeazulado, verde-esmeralda, verde-verde... ¿Cuántos verdes pueden existir?, me pregunto mientras vislumbro las casas de Villabascones de Bezana anunciando el final de esta excursión.

El pueblo es diminuto, apenas cuatro casas cuidadas con esmero. Se encuentra a unos siete kilómetros de Soncillo, que es localidad de más entidad. Pero a mí me gustaría quedarme aquí para siempre y asomarme por las noches a este hayedo para sorprender a duendes y hadas recorriendo los mismos senderos por donde hoy hemos transitado nosotros.

Cuaderno de viaje 18 de junio de 2022

10 Orbaneja del Castillo

Orbaneja del Castillo no tiene castillo o, mejor dicho, todo el entorno donde se asienta el pueblo es un enorme castillo: los riscos calizos que lo rodean simulan las murallas de una gran fortaleza con sus almenas, torreones y arcos. El río Ebro, que discurre junto a la localidad, hace las veces de foso defensivo protegiéndola de supuestas invasiones hostiles. Pero lo que no puede evitar el río, ni las empinadas laderas, es la llegada de cientos de turistas que, por estas fechas, toman Orbaneja del Castillo. Nosotros también somos parte de esa tropa y, después de aparcar nuestros vehículos en la entrada del pueblo, nos desplegamos por sus calles y callejones para dejarnos seducir por el lugar.

Orbaneja es un pueblo bonito, ¡muy bonito!, y bien merece la pena tomar pacíficamente esta fortaleza. Aquí, entorno y caserío se dan la mano para crear un paisaje espectacular. Las casas conservan todavía esa arquitectura rural, tan difícil de apreciar ya en muchos de nuestros pueblos, y trepan abigarradas y coquetas por la ladera del mediodía para asomarse con descaro al Ebro. Y para hacer aún más atractivo este lugar, un arroyo parte en dos al pueblo y sus aguas corren alocadas por las calles hasta precipitarse en una cascada al encuentro del Ebro.

Pero antes de llegar hasta aquí, hemos hecho una breve parada en el cañón del Ebro. Desde una atalaya, hemos contemplado esta profunda herida que ha trazado el río en la paramera burgalesa. Hemos sentido el vértigo de asomarnos a un abismo, la armonía que transmite el entorno, la placidez de los buitres leonados volando bajo nuestra mirada, el discurrir tranquilo de las aguas oscuras de río… Las paredes del cañón vestían un enmarañado dosel de encinas, quejidos y enebros y, escoltando al Ebro, chopos, alisos y sauces. ¡No se podía pedir más a este paisaje!

Comemos en Orbaneja (mesón El Rincón). Desde un extremo de la mesa, miro a todo el grupo y siento la tristeza al saber que este viaje toca a su fin, pero, también, que han merecido la pena estos tres días intensos, aunque, a veces, sofocantes. Y hablo con Begoña, que se encuentra frente a mí, y le agradezco el habernos traído hasta esta tierra de la vieja Castilla.

Pero antes de la despedida, aún nos queda tiempo para dar un pequeño paseo, el último, y contemplar el pueblo desde cierta distancia para ver Orbaneja del Castillo y atestiguar su belleza. 

 Cuaderno de viaje 18 de junio de 2022

11 El lugar donde habita el recuerdo

Un viaje no termina tras el regreso. Siempre nos queda la promesa de volver y el recuerdo de lo vivido.

Hay lugares que me atrapan y los siento como propios. Esta sensación la he tenido en Las Merindades durante estos tres días que he viajado por esas tierras en compañía de mis amigos del club Mirasierra. Tal vez aquellos paisajes y pueblos que he visitado me hayan devuelto, en cierto modo, a mi niñez, a esa que, según dicen algunos, es la verdadera patria de cada uno, esa que siempre ando buscando.

 Tumbado sobre mi cama me acecha otra noche de calores e insomnio. Hace unas horas que he regresado de allí y ya lo echo de menos; será por ese soplo de aire fresco que añoro de aquel lugar.

 Observo mi equipaje abandonado en el suelo aún sin deshacer, como si quisiera conservar la esperanza de que mañana voy a regresar de nuevo allí, y mi imaginación vuela de nuevo a esa comarca del norte de Burgos, a recorrer hayedos encantados, cañones profundos labrados por el Ebro y a deslizarme por laderas verdes que me llevan hasta el mar.

A veces creo que pertenezco a un lugar perdido entre montañas, a un escenario donde mi alma habitó en otro tiempo.

 Cuaderno de viaje 19 de junio de 2022

 

 

 

 


18/01/2025 Las tres cruces del Abantos

   22 Participantes - Guía: Javier Baró






























Ruta. Las tres cruces del Abantos

 

Resumen:

Distancia: 11,8 kms

Desnivel Positivo acumulado: +681 m, desglosados en tres sectores:

-       Sector 1: Presa - Alto del Malagón: 2,5 kms +445 m (es donde está la dificultad y exigencia de la ruta en subida).

-       Sector 2: Alto del Malagón - Pico Abantos: 3,6 kms +236 m (este tramo ya no entraña ni dificultad, ni exigencia).

-       Sector 3: Pico Abantos - Presa: 5,7 kms -681 m (gran parte de este tramo discurre por las zetas que bajan del Alto del Cervunal).

Tipo de Ruta: circular Dificultad Técnica: media

Tipo de terreno: senderos de montaña y pista

 

Descripción: como hemos comentado en otras ocasiones, el entorno del conocido como monte “Abantos” da juego para muchas rutas. En esta ocasión y partiendo del aparcamiento situado a los pies de la presa del Romeral, haremos una ruta con exigente subida que tiene por objetivo localizar una serie de cruces con un nexo histórico en común, y no exenta de controversia, que iremos desgranando a lo largo de la ruta. El emplazamiento de dos de estas cruces, junto con diversos miradores que encontraremos por la ruta: Alerces, Rubens, Abantos, etc nos permitirá disfrutar de unas panorámicas espectaculares tanto al sur de la Sierra, como a la submeseta sur castellana.

 

Guía de la Ruta: Javier Baró. Doble Huella (doblehuella.es)

 

Itinerario: arrancamos desde el aparcamiento situado a los pies de la presa del Romeral (1.118 msnm). Circunvalando el sector oeste de la presa, en estrecho y pedregoso sendero que presenta escalones irregulares, hasta alcanzar el cruce con el Cordel del Valle.  Vamos a la búsqueda del Camino de Los Gallegos. Camino que nos permitirá enlazar con la pradera que da acceso al Alto del Malagón (1.535 msnm). Alcanzado este y repuestos del esfuerzo, nos encaminaremos a la búsqueda de la primera de las cruces, la más escondida. Desde ahí, nos asomaremos al mirador de la segunda cruz, comúnmente conocida como “Cruz de Rubens”, en realidad Cruz de Enmedio (1.588 msnm). Un mirador con impresionantes vistas sobre el Monasterio y “plus ultra”. Retomaremos la senda por la pista pedregosa que pasando por la parte superior de la Fuente del Cervunal (sin entrar), nos permite enlazar brevemente por el GR-10 que nos proporciona un fácil acceso por el N hasta la Cerca de Felipe II, mirador del Abantos y finalmente el propio Pico Abantos (1.753 msnm) y su cruz. Contempladas las vistas y hechas las correspondientes fotos en la memoria. Iniciamos regreso en dirección SE a la búsqueda de la pista que da acceso a la Casita de Vigilancia (entrar en este apéndice de la ruta es opcional). Abandonaremos la pista a la altura de la Fuente del Cervunal (1.684 msnm), para incorporarnos al GR-10 que en larga y “zeteante” bajada nos deja en el antiguo parque de Miguel del Campo. Desde ahí simplemente nos queda alcanzar el aparcamiento de la Presa del Romeral.

 

 

Pasos importantes:

Durante la ruta hay una serie de tramos que pueden hacer sufrir a personas con desafíos de articulaciones y demás dolencias. En concreto son:

-  El tramo de subida hasta enlazar con la vereda de la Cañada Real Segoviana. Se trata de terreno pedregoso por sendero estrecho, que presenta altos escalones irregulares y rampas puntuales empinadas.

-   El Camino de Los Gallegos presenta un sendero de terreno bastante descarnado con abundante paso de rocas incrustadas y sueltas, además de puntuales pasos de escalones no muy elevados.

 

Recordamos que somos grupo y como tal nos solidarizamos, esperando y haciendo los apoyos necesarios a quien lo necesite. Si el guía de cabeza tiene que parar y retrasar su posición, el resto del grupo se para y se mantiene a la espera.

 

Vías de Escape:

-  Durante el 1er y 3er tramo, la referencia es la pista (asfaltada y luego de tierra) que cruza esta zona del Monte La Jurisdicción (Abantos). Está situada a media altura de la falda sur (dirección San Lorenzo de El Escorial) del monte.

-   En el 2do tramo, hay una carretera por el norte, ya en Ávila, que desde Peguerinos conecta con el Alto del Malagón.

 

Centro de Salud de Urgencias de Referencia:

Hospital de El Escorial

 https://maps.app.goo.gl/opU1NWFQbDw2TkBJ9 Telf: 112

 

 

MIDE de la Ruta:

 




 Nota: en caso de duda, consultar https://mide.montanasegura.com/ Los tiempos del apartado “horario”, son tiempos sin ningún tipo de parada.


PARADAS:

Realizaremos parada en: mirador de Los Alerces, Alto del Malagón, Cruz escondida, Mirador Rubens, Pico Abantos, Casita Vigilancia (opcional).


CONVOCATORIA:

Convoca: Sección de senderismo del Club Mirasierra Fecha: sábado, 18 de Enero 2025

Hora Salida del Club Mirasierra: 08:00

Hora Inicio Ruta: 09:00

Punto de Inicio de Ruta: parking de la Presa del Romeral Google Maps: https://maps.app.goo.gl/cw4KdbQbLfFkbBmf9

 

Duración estimada de la ruta: 5:30h

 

METEO

A día de hoy, martes 14 de enero, para el Sábado la previsión meteorológica es muy buena para salir al monte. Simplemente va a hacer frío. Como siempre regulamos por capas. Mínimas de 0º, máximas de 10º. Prácticamente sin viento, de componente sur.

 

Podéis consultar la meteo de la jornada, en:

 https://www.aemet.es/es/eltiempo/prediccion/municipios/escorial-el-id28054

 

 

ACTIVIDAD ALTERNATIVA

No se estima necesaria.

¿QUÉ HAY QUE TRAER?:

VESTUARIO:

Todos los participantes deben acudir a las salidas perfectamente equipados. Prestando especial atención a la suela del calzado. Estableciendo los siguientes mínimos obligatorios:

 

      Botas de senderismo, de media caña, con suela taqueada (no de plástico) tipo trekking.

      Calcetines para media caña, y otros de cambio en la mochila.

      Pantalones de senderismo largos, acordes a la estación del año. Prevención de la garrapata.

 

CAPAS:

      Capa interna: es la capa que está en contacto directo con la piel. Debe ser cómoda, suave y de la talla adecuada. Importante, que no empape nuestro sudor en ningún momento. Recomendado: camiseta sintética, de manga larga o corta, según la estación. Prohibido el algodón, porque empapa y acelera el enfriamiento corporal. Otra de cambio, en la mochila.

 

      Capa intermedia: nos ayuda a retener el calor corporal, a la vez que evacúa el sudor generado por nuestro cuerpo.


 

Recomendado: plumas ligero, forro polar o chaleco

 

      Capa externa: nos protege de los elementos externos: viento, lluvia, nieve, etc a la vez que evacúa el sudor hacia el exterior. Evitando de este modo el efecto de condensación. Recomendado: chaqueta de lluvia y cortaviento tipo Goretex o similar

 

      Pañuelo de cuello, tipo Buff.

      Guantes de montaña invernales. Y otros en la mochila.

      Gafas de sol, Protector solar, con protección Ultravioleta, para labios y cuerpo

      Gorro

      Frontal o Linterna

      Botiquín básico personal de primeros auxilios

 

Todos estos elementos, deben llevarse a todas las salidas, independientemente de las condiciones de tiempo atmosférico. Lo llevaremos siempre en el fondo de la mochila.

 

Es potestad del Guía de DH, rechazar la participación de alguna persona que no se presente a la salida con el vestuario adecuado. En particular, del calzado.

 

Altamente recomendable acudir a las rutas con bastones de senderismo. Doble Huella tiene personal especialmente formado en la técnica. Durante las rutas se prestará apoyo en la técnica.

 

HIDRATACIÓN y ALIMENTACIÓN

      Agua mínimo 1,5l de agua. OBLIGATORIO.

      Alimentos calóricos y de rápido procesamiento: frutos secos, fruta, chocolate, galletas

      Bocadillo o similar

      Llevar en mochila siempre algo dulce con azúcar: caramelos, chupachups, etc

 

En caso de personas con intolerancias y/o alergias alimentarias, es responsabilidad de cada persona acudir a las salidas con la medicación debida, prospecto e indicación escrita de la pauta a seguir. Es altamente recomendable que el Guía, y alguien más, esté al corriente de esta información.

 

ENFERMEDADES:

En casos de enfermedad o similar conocida grave, con seguimiento médico, es responsabilidad de cada persona acudir a las salidas con la medicación debida, prospecto e indicación escrita de la pauta a seguir. Los guías de montaña no están autorizados legalmente a administrar medicamentos. Sólo pueden realizar una actuación de emergencia o urgencia. Es altamente recomendable que la persona comunique al Guía, y a alguien más, esta información.

 

MOCHILA:

De volumen 25 a 30 l., en la que quepa holgadamente todo lo detallado anteriormente, con funda de lluvia. Además debe llevar obligatoriamente: Silbato, Elemento reflectante, Manta térmica, Botiquín básico de uso personal


 

Recomendable llevar: siempre es recomendable llevar prismáticos ligeros, móvil con cámara de fotos o cámara de fotos ligera.