El mal tiempo y la prudencia
nos hicieron alterar el plan previsto. Nuestro destino fue el Hueco de
San Blas, también conocido como la Hoya del mismo santo, por la ermita a
él dedicada, o tal vez sea al revés.
Quedamos
en la iglesia de Soto del Real, a las ocho y media, Juan Carlos Aguilón
Cueva, Gonzalo Fernández Lamana y yo, que tuve la suerte de encontrarme
con Juan Carlos que diligente se dirigía al punto de encuentro con una
chaqueta azul que en el mundo urbano se veía y destacaba a distancia.
Con él en el coche fue fácil llegar a la iglesia, cuya torre de planta
cuadrada no se ve por su altura dentro del pueblo, Me recordó, por su
sección cuadrada nada más, la torre de Santa María de Lebeña cuya
iglesia fue declarada monumento nacional en 1893, e incomprensiblemente
la torre se construyó en el siglo XX, menos mal que exenta, separada del
edificio. Si vuelvo a hacer el camino lebaniego el mes que viene,
todavía dentro del año santo que concluye el quince de marzo, espero
tener la suerte de pasar en horario de visita porque lo que merece la
pena es su interior mozárabe de repoblación y no conformarse con la
vista exterior y su torre albarrana y espúrea aunque entonada.
Bajo
la torre de Soto estaba Gonzalo, ataviado con un amarillo intenso que
con mi verde completaba una paleta de color. Cambiamos nuestro calzado a
botas y nos dirigimos al hueco, pasado el parque que debió ser antiguo
lugar para el ganado con fresnos, Juan Carlos nos dio la oportunidad de
elegir si seguir recto o girar a la derecha hacia la Jacaranda. Optamos
por el cambio de rumbo y pasamos ante una nave sin gracia alguna que fue
el lugar del rodaje de la primera temporada de Gran Hermano, lo
interesante es que los peliculeros eran gente ruidosa y empleaban focos
en la noche, ambas cosas asustaron a las abejas del apicultor contiguo
que se vio obligado a demandar a la productora. Juan Carlas nos
recomendó su miel, pero, golosos, hasta mayo no habrá por agotamiento de
las existencias del año pasado. El camino fue de subida fácil, nos hizo
una foto un caminante amable y dispuesto a explicar cualquier cosa, el
siguió por la izquierda de pendiente más suave y nosotros a la derecha
hacia la Jacaranda. Pasamos por delante de la ermita dedicada a la
Virgen, moderna y financiada por un matrimonio; él de apellido
Valdivielso Valle, lo que me recordó a la cascada de Hoz de Valdivielso
en un valle cerrado sin salida natural donde desagua en cascada un
arroyo procedente de Tabarés del Monte, un preciosidad de piedra oscura
que se encuentra entre Frías y Puentearenas, en el Ebro, excursión que
os recomiendo por los cañones del río. Pasamos el restaurante y la
hípica de mi amigo Mariscal.
Empezamos
a pisar nieve. Juan Carlos nos sacó del camino hacia el este para subir
a la ermita de San Blas. Era una visita obligada porque pasábamos por
su Hueco y porque la víspera había sido la festividad de este mártir
armenio. Mencionar estas palabras me trae a la visión la foto de las
cristianas crucificadas en el siglo XX por los “jóvenes turcos”,
impresionante. La ermita no puede haber dado nombre al valle, ha tenido
que haber otra anterior, porque la actual no pasa de ser un oratorio con
una estatua de sólida hechura en granito protegida por un tejadillo, un
cristal y una reja de forja. Juan Carlos activo en el pueblo nos podrá
informar.
En
una bifurcación desistimos de ir a la Fuentona y continuamos por el
camino más bajo. Ahora íbamos todo el rato pisando nieve. Con una altura
que no pasaba de diez centímetros, salvo acumulaciones, y virgen e
inmaculada. San Blas por sus fiestas se portaba con nosotros con cariño,
porque el día era muy bueno.
No
siempre había visibilidad de las cumbres que rodean la hoya. Al norte
la Najarra majestuosa, se intuía Bailanderos, al oeste la Pedriza, sus
Torres, la Pared de Santillana, tal vez el Yelmo y lo que para mi fue
una sorpresa por su altura, Asomate de Hoyos de 2.242 metros.
Gonzalo
decidió tomar nota del recorrido para hacerlo con los senderistas.
Muchas veces nos rehuís y evitáis las marchas conjuntas como la de la
vía verde del Tajuña, un día que se habían anulado las iniciales e
hicimos una marcha horizontal por firme de cemento y no nos acompaño
ningún senderista habitual.
Semicompletado
el círculo bajamos por el camino que desde ese momento discurre
paralelo al arroyo Mediano, quise ver la pozas y nos las imaginamos.
Renunciamos a ver la lagunilla. Llegamos sin dificultad a la balsa. Juan
Carlos la había visitado con el alcalde el día anterior, si os digo es
una autoridad, no por el cargo sino por su solvencia y seriedad. El 19
de diciembre hice el mismo recorrido y la balsa no tenía ni una gota de
agua. Según la información del día anteior estaba al 40%, aunque parecía
menos. El arroyo Mediano y otros pequeños riachuelos aportaban agua que
se veía caer en la balsa. Desde allí, con el Cerro de San Pedro al
frente, y sin nieve desde hacía rato los tres coloridos montañeros
continuamos por un camino muy fácil, descendente de pendiente muy suave a
la iglesia, Hicimos 18 kilómetros, con un desnivel acumulado de 635
metros que es bastante, pero muy equilibrado y tardamos, incluidas las
visitas a las ermitas y paradas, cuatro horas cuarenta y un minutos.
Dudamos si tomar cerveza, pero mi compromiso de abuelo fastidió el plan.
Todavía nos dio tiempo de encontrarnos por la calle con Patricia, las
ventajas de un pueblo, aunque no se vea la torre de la iglesia, y tuve
que volver a no aceptar su invitación a un aperitivo. Querida Mar con lo
que nos gustan las cervezas, por hablar tranquilo sentado en una mesa,
algo tenemos que hacer.
Un abrazo
Reinaldo