25/9/2016

El COLLADO CABRÓN POR LA CHARCA VERDE Y EL PUENTE DE LOS POYOS.

Casi sin darnos cuenta, el verano se ha ido. Atrás han quedado las tardes eternas amenizadas por el  canto monótono de las chicharras. Las golondrinas y vencejos ya se han marchado a sus cuarteles africanos para pasar el invierno y la tierra reseca espera las lluvias otoñales; ese agua benefactora que devuelve a los campos colores y aromas agazapados en nuestra memoria.
Y tras el verano hemos vuelto a reanudar las excursiones del club Mirasierra. Volvemos a transitar por los rincones de nuestra sierra madrileña. A recorrer las sendas, trochas y veredas del Guadarrama.

Hoy nos adentramos en La Pedriza, en ese escenario rocoso donde el Manzanares da sus primeros pasos. A la hora convenida, las 8:45, nos juntamos en Canto Cochino, Cristina, Gloria Fernández, Gonzalo Lamana, Elena Madurga, Francisco Vaquero, Carmen y Alfonso, Roció Eguiraun,  Ana —nueva en estas lides—, José Vicente, y este cronista.
Guiados por Gonzalo iniciamos la marcha. Dibujado en su mapa, una línea azulada recorta cotas de nivel y describe sinuosas curvas formando una figura caprichosa. ¡Esa es la ruta a seguir!

Remontamos el Manzanares por su orilla izquierda arropados por la densa arboleda de pinos silvestres y en pocos minutos alcanzamos La Charca Verde. El río, mermado en su caudal a estas alturas del año, se resbala entre piedras y crea pequeñas pozas donde antaño la gente se daba un remojón. Hoy esta práctica está prohibida con el fin de preservar el entorno. Desde aquí bordeamos las tapias de un antiguo vivero forestal y tratamos de localizar la senda que nos conducirá al collado del Cabrón. Tras unos instantes de dudas, un amable excursionista, Ángel, nos indica el camino a seguir. Ascendemos por la ladera, uno detrás de otro, formando una enorme “serpiente” multicolor. Paso tras paso, sin desfallecer, alcanzamos el famoso collado, lugar esplendido para descansar y tomar una galleta, como nos sugiere nuestro nuevo amigo Ángel.
Desconozco el motivo por el cual a este paraje se  le ha puesto tan contundente nombre; no sé si será por el esfuerzo en llegar hasta aquí o por las numerosas cabras montaraces que triscan por estas peñas. Sea como fuere, el lugar invita al reposo y la contemplación. Los buitres leonados, de envergadura colosal, sobrevuelan el entorno dando un toque de dramatismo salvaje al descanso.
Tras el receso y sin más dilaciones, afrontamos el siguiente repecho. Caminamos ligeros, a buen ritmo, acosados por innumerables moscas que, tal vez, presientan el final de su efímera vida. Desde un oteadero, Ángel nos señala rincones y peñas de nombres singulares: La Tortuga, La Cueva de la Mora, El Pájaro…Los va nombrando con la autoridad de quien ha recorrido estos parajes en infinidad de ocasiones, como quien conoce las calles de su barrio. Contemplamos este paisaje caótico y hermoso. Un mundo de siluetas caprichosas cinceladas por la mano invisible del viento, el agua y el tiempo. Rocas graníticas en un inverosímil equilibrio.

La ruta continúa hasta llegar a Los Llanos. Aquí un nutrido grupo decide ir hasta el puente de Los Poyos. Otros, entre los que se incluye este cronista, optamos por continuar el camino sin tomar este desvío para no demorar la llegada a Canto Cochino. Así que no puedo detallar mucho del mencionado puente pero, a juzgar por las fotos que nos enseñaron los que sí se acercaron hasta allí, el lugar bien merece una visita.

El descenso al punto de partida lo hacemos por la senda de “La autopista”, un bonito camino sumergido en la espesura y a la vera del arroyo de La Ventana. El camino se hace largo y la esperanza de tomar una buena cerveza al finalizar la marcha nos motiva a bajar con paso ligero. Cuando finalmente llegamos, rondando las dos de la tarde, esa espumosa bebida de cebada se hace realidad y nos reanima. Sentados en la terraza del pequeño bar contemplamos estas espectaculares peñas de La Pedriza mientras esperamos la llegada de nuestros compañeros de excursión. Un escenario  que sobrecoge y cautiva a todos los que amamos la montaña. Gonzalo, como buen guía, me facilita cuando llega el tiempo y distancia recorrido: algo más de diez kilómetros en apenas cinco horas. Una excursión de senderismo  con clara vocación montañera.

Un lujo haber compartido esta bonita marcha con vosotros. ¡Nos vemos!

Pablo Olavide.

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