CRÓNICA DEL DÍA 27/9/2015 


LA PEDRIZA; EL LABERINTO DESVELADO:

Puntuales, con la ansiedad de adentrarnos en los pasadizos del mítico Laberinto de la Pedriza, nos reunimos en Canto Cochino Antonio, Juan Carlos, Charito, Mar, Mamen, Emilio y José Antonio, hoy, además, con la responsabilidad de aliñar la crónica, objetivo que se me antoja difícil en una marcha que, como en ésta, la realidad supera cualquier intento de descripción.
A las 8:25 iniciamos la marcha, cruzando el río por el puentecito de madera y transitando la tradicional autopista. En poco llegamos a la altura del Refugio Giner y alcanzamos El Tolmo. Desde allí divisamos el imponente farallón a donde nos dirigimos y en el que deseamos perdernos. A buen ritmo, Antonio, nuestro Doctor en la Pedriza, nos lleva por senderos ascendentes a los doctorandos, preocupados quizá de que nuestra tesis en el Laberinto no esté a la altura de las exigencias de la cátedra. Pero la belleza de principios del otoño en la Pedriza nos envuelve y nos embriaga en sus dulcísimos perfumes; la omnipresente jara con sus efluvios nos hace olvidar por un momento la dureza de las rampas. Ascendemos hacia la zona de Las Buitreras y progresamos por senderos poco definidos que nos hacen dudar. Sin apenas darnos cuenta, alcanzamos El Fémur y nuestra imaginación vuela hacia el ciclópeo gigante mitológico que debió legar para la posteridad su hueso granítico en la montaña. Aquí nos damos cuenta también que hemos equivocado ligeramente el rumbo pero decidimos seguir adelante, con la esperanza de enhebrar más arriba la entrada al Laberinto por Cancho Amarillo. La dureza del terreno nos obliga a guardar los bastones y a emplear nuestras manos como mejor sepamos para gestionar algún paso complicado. Con buen tino nos presentamos en El Jardín del Centinela, no por Cancho Amarillo, pero eso no importa, estamos en El Laberinto. A partir de aquí, nos adentramos en otra dimensión. Las formas graníticas de caprichoso aspecto se suceden, lo que nos obliga a descargarnos de las mochilas y a penetrar en pasadizos imposibles, poniendo a prueba nuestras dotes de contorsionismo, pero logrando, al final, emerger por el otro lado de cada uno de ellos con la ayuda de nuestro instinto y de los compañeros de aventura. Avanzamos por este mundo mitológico como Dédalo e Ícaro en el Laberinto de Creta, temiendo en algún recodo de roca encontrarnos con el temido Minotauro, de vozarapetito. Con él no, pero sí afortunadamente nos topamos con la cabra montés, tranquila y confiada, sabiéndose reina en ese reino de riscos y de equilibrios imposibles.
Con el alma sobrecogida por la naturaleza, y algún que otro rasguño en el cuerpo, nos despedimos del Laberinto e iniciamos un vertiginoso descenso. Alcanzado El Tolmo de nuevo, toman la cabeza Juan Carlos y Charito que nos llevan en volandas al compacto grupo hasta el aparcamiento de Canto Cochino. 6 horas y 12 minutos de auténtico disfrute de un recorrido muy técnico, muy duro y en el que, ahora sí, la talla importa, ya que algunos pasadizos imponen su tiránica ley: sólo tallas S, M o L.  Dejo a los compañeros restañar sus rasguños y refrescar la garganta en el chiringuito. Se lo merecen. Yo, me despido de ellos hasta la siguiente aventura, confiando en que maese Antonio apruebe nuestra tesis en el Laberinto. Y mientras me alejo, pienso en alguien que hubiera dicho: "el Laberinto de la Pedriza es un must". Gracias, maestros.

José Antonio Rodríguez

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