A
penas aterrizaba en el vuelo 4723 procedente de Chicago, cuando mi
hermana me recordaba el paseo semanal por Sierra de Guadarrama. Un
auténtico subidón en el cuerpo y alma, unirme a mi tribu, a mis gentes,
que cuando alcanzan la cumbre despliegan con orgullo la bandera
tricolor. Impresiona como el ser humano, en su mundo de símbolos,
incluyendo el lenguaje juntando trozos de tela roja y amarilla,
representan un rincón del mundo. Me imagino, que la bandera universal
de amantes de la naturaleza sería, el de una paloma blanca sobre un
fondo azul, llevando en su pico dorado una pequeña rama de olivo.
La
sierra de Guadarrama es un regalo del cielo. Ofrece a los madrileños la
posibilidad de oxigenarse de una ciudad con los pulmones dañados por
una civilización que olvida que la vida es un milagro en el inmenso
universo en el que vivimos.
Empezamos a ascender, dejando atrás un cementerio de metal, coches apiñados que acercan
semanalmente
a miles y miles de montañeros. Ya parapéticos, empezamos a hablar
retomando conversaciones entre parientes, amigos, compañeros,
asiduos y forasteros, que, con un largo pasado, todavía se entusiasman
ante todo lo que ofrece esa vida que es un soplo.
¿Nos
imaginamos la sierra del Guadarrama en la época terciaria, habría
dinosaurios? ¡Y cuando la tierra estaba en la era de las glaciaciones!
Estoy convencido que en aquel entonces las pistas de esquí de
Navacerrada llegarían hasta la Gran Vía.
Subimos
un poco más y de repente nos encontramos en una balconada desde donde
vemos, pinares de pinos silvestre, las laderas de la fábrica, el prado
barrendero, arcón collado de los enburriaderos, risco de los
enburriaderos, peña cabrita, la bola del mundo, el risco de la maliciosa
y la cuerda de las buitreras…
Me
quedo sin palabras y en Suajili me pongo a cantar “no hay ningún Dios
como tu” akuna mungu kama wewe….. se une la tribu y aunados en cuerpo y
almas nuestras voces retumban en las laderas de las montañas.
Un
pequeño tente en pie y ya bajamos, necesito quedarme rezagado de
escobón o de despistado, pero a solas, para sentir las vibraciones del
planeta azul, blanco y verde. Piedras, tierra, hielo y nieve van
quedando atrás, y el deseo de mas crece: Volver a los tiempos en el que
ser montañero duraba meses, cuando dormíamos en circos glaciales
coronados por las estrellas. Bajamos al lago de los cisnes, fluye el
agua, fluye la vida que se pasa tan callando, ultimas fotos, últimas
palabras, pero siempre con la esperanza de volver a soñar y caminar por
mi querida sierra de Guadarrama.
Un abrazo con profundo agradecimiento de
Pepe el emigrante.
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