5/5/2019 Conjunta: Los Baños de Venus; Pablo Alavide





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Hay lugares de nombre tan sugerente que es imposible resistirse cuando a uno le proponen ir. Y uno de ellos es, sin lugar a dudas, los Baños de Venus en La Pedriza y cuando vi que Rafa lo había programado para este domingo, revisé mi agenda, casi siempre disponible para estos menesteres, y me apunté sin pensármelo dos veces. Incluso los avezados montañeros de nuestro club también se animaron a dar un garbeo por donde se acicalaba tan singular dama.
A las 8:15 de la mañana me encuentro en Canto Cochino con José del Campo que, al igual que yo, ha hecho una parada previa para tomarse el primer café de la mañana. Yo acostumbro a hacerlo en algún pueblo que me venga a mano (en esta ocasión Manzanares el Real) y ahí ya empiezo a saborear la jornada que nos espera (y también a preparar la crónica que, me temo, recaerá en mí). A las 8:30 llega Francisco Vaquero y a continuación el resto del grupo con quienes compartiremos paisaje, esfuerzo, conversación y amistad.
A primera hora de la mañana, Canto Cochino es un hervidero de coches, ciclistas y excursionistas deseosos de ponerse a funcionar cuanto antes. También de remolones montañeros que apuran sus cafés en el chiringuito que hay junto al aparcamiento. Yo los miro con cierta envidia, deseando tomarme un segundo café, pero no hay tiempo para ello y, antes de que den las nueve, nos ponemos en marcha. Hoy somos diecinueve, ni más ni menos, capitaneados por Antonio de la Fuente que nos guiará hasta los Baños de Venus.
Los primeros pasos los hacemos junto al Manzanares que, tras las últimas lluvias, baja pletórico. Y lo hacemos sumergidos en el pinar y en el fragor de una amena conversación y esto hace que, los que vamos a la cola, nos despistemos de nuestros compañeros. Es hora de estrenar mi silbato que llevo guardado en algún lugar de la mochila desde hace cinco años y comprobar si funciona. Y funciona; nuestra pérdida dura poco y mi esperanza de terminar esta crónica de manera anticipada en el chiringuito de Canto Cochino, también.
Emilio recoge al grupo extraviado y ya, todos juntos, reanudamos la marcha. Cruzamos el Manzanares y tomamos una pista que, poco a poco, va ganando altura. El río va quedando en el valle y su rugido inicial se transforma en un rumor que me permite escuchar el canto de pinzones, carboneros, petirrojos, herrerillos y trepadores. Trato de descubrirlos en la espesura, pero es tarea inútil y juegan conmigo a esconderse entre las ramas.
Finalmente, el Manzanares toma su camino y nosotros el nuestro. Afrontamos entonces la subida por la laberíntica pista que llaman de las “Zetas”, pero nosotros transformamos la zigzagueante letra Z en una I atrochando por el monte. ¡Nada como la línea recta!
Y así, repecho tras repecho, nos plantamos en el arroyo del Chivato. Tras cruzarlo, abordamos la última subida por una tortuosa senda que trepa hasta el collado de Miradero. Desde aquí los Baños de Venus ya quedan a tiro de piedra, a diez minutos, asegura Antonio. Y parece cierto porque ya se escucha el estrepito que provoca el agua al golpear contra la roca desnuda; una música que anuncia la proximidad a ese paraje donde se bañaba Venus, diosa romana de la belleza, el amor y la fertilidad. 
Hay lugares tan bonitos que se merecen un nombre singular y este es uno de ellos: los Baños de Venus. Aquí, el arroyo de Los Hoyos culebrea entre las peñas y se precipita a una poza (lugar del baño de la diosa, supongo) para luego continuar su alocada carrera hacía el Manzanares. Un sitio privilegiado para contemplar La Pedriza, ese escenario hermoso y caótico donde las piedras mantienen sorprendentes equilibrios y forman caprichosas figuras. Silvia dice que este paraje parece de otro mundo, y yo coincido con ella.
Es tiempo de reponer fuerzas y disfrutar del entorno. Uno se quedaría toda una vida aquí, tumbado al sol sobre las piedras mientras escucha el sonido del agua…, pero “tempus fugit”, como diría Venus, y debemos partir. 
Bajamos por el mismo camino que nos trajo hasta aquí, por el collado de Miradero, el arroyo del Chivato y las Zetas; al igual que en la subida, optamos por atajar monte a través, menos José del Campo y Pedro, que prefieren disfrutar del paisaje y no andar a trompicones por la senda. Y bien mirado, llevan razón, ya que bajan tan rápidos como el resto de nosotros. 
La bajada se hace larga y a más de uno nos sorprende lo mucho que hemos subido y lo lejos que hemos llegado; pero Rafa nos lo premiará con dos puntos extras por esta marcha.
Ya es tarde cuando llegamos a Canto Cochino y volvemos a encontrarnos con el ajetreo de coches que entran y salen para dejar o recoger excursionistas. Nosotros somos de los que nos vamos, de los que ya hemos disfrutado una mañana intensa por La Pedriza en buena compañía. 
Y mientras abandono el aparcamiento, veo con afecto el chiringuito y pienso lo bien que nos vendría una buena cervecita después del esfuerzo… Pero ya no hay tiempo para más; es hora de irse a celebrar el Día de las Madres.
Un placer haber compartido esta excursión con todos vosotros.
P.D. Este periplo de 12 kilómetros y 800 metros de desnivel lo hemos realizado: Rafael Garcia Puig, Antonio de la Fuente, Elena Madurga, Silvia Caridad, María del Mar Palazuelo, Rocío Eguiraun, Marisol Varela, Pedro de Pablos, Marisa Huidobro, Ricardo García Ramos, Conchita Carvajal, Begoña Mata, Emilio Rodriguez, Viky Cadahia, Marisa Ruiz, Mar Barrionuevo, José del Campo, Francisco Vaquero y este cronista, Pablo Olavide.
¡¡Buena semana, amigos!!
 Pablo

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