Domingo 20/3/2016
CRÓNICA de la subida a la Najarra por la senda Santé
Reynaldo Vázquez
Cuando recibí la propuesta de Rafael García Puig me costó decidirme entre el arcipreste y Miraflores. Son dos rutas que estaba interesado en hacer. La segunda se impuso.
A las siete y media Jesús Matamala, Emilio Rodríguez y yo llegamos al Club Mirasierra. Allí nos esperaba María Moriana. Tal vez preocupada porque había dicho que si a esa hora no estaba no la esperásemos. Tenía motivos para no haber ido porque había salido de trabajar a las tres. Una demostración de fuerza juvenil y de que lo que iba a hacer le gusta. Hay que destacar que Emilio dejó su coche en Mirasierra y fuimos en el de Jesús. Empiezo a sospechar que no es que se maree si no conduce, sino que no le gusta ser conducido por mí. Jesús le debe inspirar más confianza.
A la hora convenida llegamos a la puerta de “El Maño” donde nos esperaba Juan Carlos Aguilón. Siempre sabe aprovechar la ventaja que le da su cercanía natural a esta parte de la sierra. Seguimos con los dos coches por el camino del Cura, pasamos la fuente del mismo y llegamos al embalse de El Vellón. Allí aparcamos y nos pusimos botas y polainas. El ruido del agua al salir por el aliviadero, nos pareció una noticia buenísima, indicaba que el embalse, no muy grande, estaba lleno.
Juan Carlos inició la subida con un ritmo fuerte. Propiamente no había camino, íbamos campo a través, pero la ruta estaba perfectamente señalizada con pinturas recientes e incluso balizada con perfiles de hierro de un metro y medio igualmente relucientes en blanco y verde situados a escasa distancia unos de otros.
Transcurrido un rato, María debió sentir envidia de amarillo chillón de mi camisa y pidió parar para quitarse parte de su ropa de abrigo, en esta materia el tiempo bonancible y las subidas suelen darme la razón, habíamos salido con un día maravilloso. Desde el sitio donde paramos pudimos ver aflorar a pocos metros un arroyo caudaloso, salía de una bóveda de nieve que hasta ese punto lo ocultaba. Atravesamos varios cursos de agua, los más destacables el arroyo de la Vejiga y el de la Media Luna, de los que desconozco el origen de sus nombres.
El robledal dio paso al pinar y este a la ausencia de arbolado. La nieve estaba preciosa, totalmente lisa y, por la hora, sin huellas, el sol sobre ella hacía que brillase con más intensidad. Juan Carlos improvisó unas gafas naranjas de gran porte. Cuando uno sube a la Najarra piensa que la dificultad está en el monte, pero hay que reconocer que el desnivel desde Miraflores a su base es mayor que desde allí a la cima.
Como había imaginado, la prudencia y sabiduría de Juan Carlos nos llevó a acometer el segundo tramo evitando la cara norte que teníamos junto a nosotros, rodeamos un poco el monte por poniente para subir por la cara oestesuroeste. Es un camino más largo, pero con menor inclinación y cuando hay hielo mucho mejor. La nieve tendría unos treinta centímetros, blanda, seca, virgen, una delicia.
Otra fueron las vistas que nos brindaba la cima un día despejado. Recuerdo otros días allí arriba, en especial, el 27 de diciembre de 2014, sábado, víspera de otros inolvidables para todos. Ese día era frío, hielo en el suelo, viento..., que diferencia.
La bajada fue por la ladera norte, rápida y, dentro de lo que cabe por no ver el suelo, segura. Cogimos el camino del monte Aguirre (en honor al ingeniero de montes que lo plantó y que tiene un monumento en Miraflores) hacia la fuente del Cura, un poco más al sur de por donde habíamos subido. Esta vez con un camino definido bajamos rápido hacia El Maño. Es un camino en zigzag de tramos muy largos combinados con otros cortos. Una excursión ideal, con un pero, el mismo que le pusimos a Juan Carlos en la vuelta a la Cabrera, al llegar a la fuente, tuvimos que subir hasta el embalse, a buscar los coches, y al final no apetecen las subidas. Lo que apetecía era llegar al Maño y con unas cervezas, donde faltaba Mar, comentar el día.
Esta es la historia que me hubiese gustado contar, pero la realidad fue por otro camino. Al poco de la parada donde el arroyo surgía de la nieve, llamé a Juan Carlos que iba delante de mí y comuniqué a todos que me volvía, carecía de fuelle, como me viene ocurriendo desde un resfriado que padecí hace más de un mes que me ha dejado baldado: músculos, pulmones... Inicié el descenso, pensando que habíamos subido unos pocos metros, me sorprendió que eran unos cuantos más y que la imagen que queda al subir no es la misma que al bajar. La niebla me fastidió ver los postes de hierro que marcaban el camino a pesar de su proximidad. No encontré dificultad en seguir el trazado, era sólo bajar. Llegué a los coches y seguí hasta la fuente del Cura, luego hasta el pueblo. Me fijé en casas de gran prestancia. Por lo que decidí dar una vuelta por el pueblo. Observé calles con una pendiente muy grande que en caso de helada dejarían inmovilizados los vehículos de todos los vecinos. Oí las campanadas de la iglesia y la localicé. Había misa de once, misa infantil, y fue muy interesante, por varias razones: 1ª. El difícil equilibrio entre el acceso a los niños y el ridículo, que manía de considerar a los niños idiotas. El cura no salió mal parado. 2ª. La grey. Lo feligreses de pueblo son homogéneos, se conocen, se tratan, ¡qué diferencia para bien y para mal con la ciudad! 3ª. El evangelio. Alguién dirá: “¡si era domingo de ramos!, ¿no has oído nunca la entrada en Jerusalem y la Pasión?”, pues claro, pero, y que se me perdone, me fijé en Poncio Pilatos, y me resultó tan actual, un político corrupto, buena persona pero que si su estatus se ve en peligro no duda en prevaricar, dicta una resolución manifiestamente injusta, manda matar a un inocente, porque le interesa. Además es un relativista: ¿Qué es la verdad? Pero no es el peor: “más culpa tienen los que me han entregado”. Y Emilio que comentó al subir que sólo ocurre en España. Le cogí cariño al romano, en todas partes cuecen habas. 4ª. La fábrica del templo. Por fuera parece una iglesia serrana y pobre. No lo conocía. Tiene sus dos extremos, este y oeste, más antiguos que la nave central. Sobre otro anterior se debió construir una iglesia gótica isabelina, probablemente la nave se vino abajo y se hizo una nueva neoclásica de gran solidez para evitar que se repitiese el incidente. Merece la pena.
Estábamos saliendo cuando mi móvil vibró era Emilio que me contó lo que os he relatado hace un momento. Supuestamente me llamaba desde la Najarra, que iniciaban el descenso y que les esperase en El Maño donde yo debía ir por mi tercer gintónic. Le dije que me dirigiría hacia los coches donde les esperaría y si ellos llegaban antes que me recogiesen al cruzarnos. Esto alteró los planes de mi comunicante que reconoció que se encontraban en los coches por lo que no debía subir.
El día despejado no existió. La niebla privó de las vistas. Los treinta centímetros de nieve se triplicaban o cuadruplicaban a partír del inicio del ascenso a la Najarra. En el borde del pinar con el terreno abierto, tuvieron que mantenerse entre los árboles porque la nieve allí se acumulaba menos. Luego no hubo opción, con tal cantidad de nieve las polainas eran insuficientes. El recuerdo del arroyo que manaba bajo una capa de nieve, los desniveles que hay en la subida ocultos por la nevada, les hicieron pensar en el riesgo de hundirse más de un metro, y dieron la vuelta acompañados de algunas gotas. Todos habíamos llevado calzado de repuesto lo que les sirvió porque la nieve había penetrado en sus botas a pesar de la protecciones.
En el bar comentamos las incidencias del día y proyectos futuros. El maratón que prepara Jesús, la cruza Pedriza, que comenté no podría hacer y me animaron a intentarlo, los cien kilómetros de Madrid a Segovia, que también ha hecho Jesús y que Emilio quiere hacer, posibles salidas de domingo... Cinco cervezas sin alcohol dan mucho de sí, de allí salió esta crónica.
Reinaldo

Un abrazo









  CRÓNICA DE SENDERISMO DEL MISMO DÍA 

CRÓNICAS DE LA RUTA DEL ARCIPRESTE DE HITA
Salimos todos desde la puerta del Club Mirasierra a las 8:00 de la mañana. Apenas había Sol. Nos dividimos en dos coches y llegamos hasta la Sierra de Guadarrama.
Al llegar, nos saludamos todos entre nosotros y nada más que para coger energía, nos fuimos a un bar a tomar un café. Cuando terminamos, nos abrigamos bien y nos pusimos en marcha.
Cruzamos la carretera y subimos por un sendero cuesta arriba hasta llegar a un bosque lleno de árboles y de nieve. Había una especie de cueva de la Guerra Civil, tenía una esterilla, los soldados se refugiaban de las bombas en aquella oscura cueva.
Seguimos caminando con mucha ilusión hasta que de pronto, divisamos un mirador de la Guerra Civil.
Continuamos hasta la enorme subida de la Peña, llena de rocas. Hacía rasca pero nuestro equipo lo afrontó como verdaderos montañeros. Rebuscamos entre la montaña un libro que, resultó estar en un espacio entre dos rocas. Escribimos y leímos los libros y los cuadernos. 
Subimos hasta arriba, hasta las copas de los árboles cuando, para mi sorpresa, había todavía más subida. Seguimos subiendo y al llegar arriba del todo, nos pusimos a descansar y a tomarnos un pequeño aperitivo. Todos nos dimos cuenta de que al final había merecido la pena subir.
Era un paisaje precioso y una ruta maravillosa, era difícil tener buena vista, pues había mucha niebla.
Cuando al fin bajamos la Peña, nos adentramos en otro bosquecito donde estaba el Collado del Arcipreste de Hita. Seguimos caminando hasta el Collado de Matalafuente. Había mogollón de nieve y musgo en las rocas.
Nos fuimos poco a poco recorriendo el bosque que antes anduvimos para la ida. Empezó a llover, la lluvia se convirtió en nieve, y la nieve se convirtió en granizo.
Caminando sin parar llegamos otra vez al punto de comienzo de la ruta. Entramos en el bar, nos pusimos cómodos y nos tomamos un caldito caliente.
Al final, nos despedimos todos y nos fuimos.
Fue una excursión muy bonita y agradable, con nuestro equipazo Belén, Elena, Coro, Rafael, Pablo, José Vicente, Pedro, Jimena y no nos olvidemos de Brujo.
Jimena Ojeda García

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