Crónicas del domingo 15/1/2017

Montañeros: Las Torres de la Pedriza. 

Con la habitual puntualidad, nos citamos en Canto Cochino 11 montañeros: Chelo, Mar, María, Antonio, Reynaldo, José Antonio, José Ignacio, y los recién incorporados al grupo, Paco y Carmen y Javier a los que les damos la bienvenida.

Hemos disfrutado de un extraordinario día de montaña invernal el cual, en su máxima expresión, nos ha impedido alcanzar el objetivo propuesto inicialmente: la ascensión a la cuarta Torre. Pero no importa porque el resto de la ruta prevista la hemos podido hacer, con interesantes variantes, que hemos improvisado sobre la marcha.

Sobre el itinerario previsto, al cabo de hora y media ya estábamos metidos de lleno en la Canal de las Abejas dejando a la derecha el camino del Collado de la Ventana, habiendo ganado 500 metros de desnivel. Hacia la mitad de la Canal hacemos una breve parada para recibir el primer sol de la mañana y poner en común las primeras sensaciones del grupo y la motivación no puede ser mejor porque ante la posibilidad que valoramos de variar la ruta, todos aceptan unas nuevas variantes para alcanzar, al pie mismo de la Esfinge, el camino que viene del Collado de la Ventana. Es una ruta diferente, más exigente y que todos querían conocer pues no es muy habitual pasar por ahí. Se trata de enlazar dos canales o callejones, de los Hermanitos y de la Esfinge, que transcurren por los clásicos rincones del Pedriza profunda entre riscos de singular belleza. Confieso que ante la dificultad que preveíamos de alcanzar la cumbre nos planteamos un objetivo extra que diera más valor añadido a nuestra excursión; y bien seguro que lo conseguimos.

Una vez situados en el camino principal, las Torres aparecían a una hora de camino entre nieblas y nubes que se movían a gran velocidad lo que nos indicaba el fuerte viento que habría allí arriba y del que intensas ráfagas nos obligan a ponernos todo el equipo de protección. Efectivamente, a las 12 del mediodía, después de tres horas y media, alcanzamos el Collado que da acceso a la vertiente norte y en dónde no encontramos cobijo para reponer fuerzas pues el viento nos ataca por todas partes.

No hace falta decirnos nada. La arista de la cuarta Torre está helada y el viento hace imposible la ascensión pues de haberlo hecho las probabilidades de volar materialmente desde la cumbre hubieran sido más bien altas. Así que al Collado del Miradero con mucha precaución pues el camino estaba oculto por la nieve y el hielo y allí sí pudimos comer algo al abrigo de unas rocas orientadas al sur. Las reservas estaban al límite y rápidamente desaparecieron todas las viandas, entre otras una caja de mazapanes sobrantes de la Navidad.

El resto ya tiene poco que contar pues en dos horas, a las tres de la tarde, estábamos en Canto Cochino con la promesa de volver cuando las condiciones lo permitan.

Ha sido un gran día con un gran grupo .Feliz semana a todos.

Un abrazo. 

 Jose Antonio Gutiérrez

Senderistas:La Junciana y La Perdiguera 

Pues fue llegar a La Morcuera y Gloria, agitando ya desde lejos lo que se veía de ella (no podía dejar de hacerlo por el vientorro que hacía) señalaba que media vuelta ( y eso que dos pillaos nos habían pitado adelantado por las curvas camino del Puerto porque tenían prisa… por llegar y también darse la vuelta…) Y todos decidimos cambiar,  salvo José Vicente, que empeñado en subirse a todo - Morcuera, y si se ponía, la cuerda larga completita- y es que  como buen jubilata (no desocupado por lo que se sabe) quería ir contra viento y ventisca, y menos mal que le retuvimos porque si no, como Reynaldo nos tiene acostumbrado, se va como Adán él solo y su camisa, que parecía que el forro le sobraba, para asombro general.
Porque la ventisca que enviaba trocitos  de nieve que se clavaban como alfileritos en los que habían llegado antes, aconsejaron ni bajarse del coche y poner rumbo al lugar que, con acierto, Alejandro propuso, y que no fue otro que uno bien recordado con Jesús: volver hacia Soto del Real y “peñas arriba” – por aquello de exagerar – ir caminito de la Hacienda Jacaranda que une a su belleza que no te dan ni una cerveza (los fenicios no debieron pararse por ahí).
Cambió el tiempo, lo suficiente como para ir abrigados, pero pudiendo recorrer bien y sin resbalones la vereda que lleva primero a la Ermita de San Blas, y departir (yo lo hice y me entendieron) con tres ponis que acudieron presto a lo que se pudiera almorzar y algo les dio Gloria que se relamieron bien. Y siguiendo su ejemplo (el de los ponis) nos fuimos trotando por los senderos que suavemente se entrecruzan (tan suave que encontramos a medio centenar del Inserso, bien que bajando, por la senda que llevábamos. Y bueno, también algún ciclista enloquecido que dejaba a Perico Delgado  y a Federico  Baamontes, más lentos que el caballo del malo, y que estaba dispuesto a atropellar a los nueve esforzados senderistas, lo que casi logra entre tacos, palabros que hasta Katinka entiende ya sin esfuerzo).
Alejandro, puesto en Guía Mayor, aprestó a la tropilla y nos sorprendió con un invento nuevo que llevaba en el sonotone o como se llame el asunto al que se le da un botón, se habla y alguien, incluso quien no quieres, te escucha. Todo un ingenio de la modernidad gracias al cual no conseguíamos perdernos. El programita de marras del teléfono guapo (traducción  literal para no iniciados) te lo dice todo, pero tienes que saber trigonometría para comprenderlo, lo que parece que han logrado ya algunos, Alejandro incluido, porque siempre sabía enseñarnos donde estábamos, qué habíamos hecho (me refiero a caminar, naturalmente) y cómo volver. Habrá que hacer una maestría para estar a su altura técnica.
Seguía cambiando el tiempo, y nos paramos, confiados, en un riachuelo en el que habían cortado troncos muy a propósito para sentarnos, lo que hicimos en buena compaña y armonía, aunque heladitos se nos quedaron luego los dedos, porque nos habíamos confiado demasiado. Pero el piscolabis, bien tomado, reforzó rápido el ánimo y continuamos por la senda, hasta que incluso salió el sol, momento de parada y foto, para volver por nuestros pasos. Pasos que nos llevaron en Soto a un buen mesón, en que dimos tabernera cuenta de lo que se nos ofrecía, y allí nos invitaron amablemente a patatas primero y chorizo, excelente, después, todo de la huerta del restaurante (EL CAZADOR) y ninguno/a, ni féminas ni machotes (por decir algo bueno de los muchachos) hicimos el menor reparo. Era un gusto comprobar como el paladar de Katinka se había acostumbrado sin límite a nuestros gastronómicos productos serranos, que desde luego todos bien compartimos, y todas, Coro, Rocío (que promete espárragos de su tierra en próxima aventura serrana) Begoña, a la que hay que animar a que se afirme en su voluntad de perseverar con esta tribu, Isabel, (a quien veíamos cómo Alejandro siempre pedía consejo, o algo parecido) y desde luego José Vicente y un menda, hubimos de recrearnos casi como primer plato dominguero, como se habrá demostrado, supongo, al llegar a casa doblemente satisfechos, de la caminata tan bien organizada por Alejandro, (su programita ese es mero auxilio como monaguillo al Capellán) y de las viandas degustadas en tan cordial taberna, recomendable para futuras excursiones
Y acordándonos de Jesús, recordando que Rafa estará ya, a traición, preparándose para hacerse ochomiles y llenos de buen contento, nos volvimos a la capital para sufrir otra semanita delante del  ordenador, que todo lo sabe, menos, afortunadamente, subir a la sierra (¿Para cuándo un robot que te lleve la mochila y te cante “montañas nevadas”?)





Jose Eugenio Soriano

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