24/3/2019 Senderismo Por tierra de lobos; Pablo Olavide





La semana pasada leí en la prensa que había cinco manadas de lobos en la sierra madrileña (de 35 a 40 ejemplares). A mi me parece una cifra muy elevada (“menos lobos Caperucita”, diría alguno), aunque ojalá fuese cierta: el lobo es una pieza fundamental para mantener un ecosistema sano y equilibrado. Lo que sí es seguro es que una de estas manadas campea por los altos de La Morcuera y eso hace que estos parajes tengan un valor especial, que sean más salvajes, más genuinos. También más emocionantes. Así que no me lo pensé mucho cuando Rafa nos propuso subir a Bailanderos este domingo y transitar por este territorio: el territorio del lobo.
Puntuales, a las nueve de la mañana, nos juntamos todos en el aparcamiento del puerto de La Morcuera. Hoy seremos trece senderistas más Kaos, el inquieto perro que acompaña a Paz. Tras los saludos de rigor, dejamos atrás el aparcamiento y emprendemos la marcha traspasando la valla que da acceso a nuestra ruta. Un cielo azul presagia un nuevo día sin lluvia, uno más de este largo periodo sin precipitaciones, y comparto esta preocupación con Elena, con Marisa y Gonzalo. Y recuerdo las palabras de mi amigo Manuel Morales que, haciendo uso de Las Cabañuelas, me dijo el año pasado: “No te engañes Pablo, el año que viene será seco”.
“¡No me fastidies, Manuel!”, le respondí (en realidad fueron otras palabras más gruesas las que usé) y, visto lo visto, lamento que tuviese razón.
Las Cabañuelas es un método de previsión meteorológica que usaban las gentes del campo antes de que se inventara el “meteosat”.  Grosso modo, consiste en observar cómo se comportan los primeros días de agosto en función del viento, la humedad y la temperatura y, según sean estos, así será el tiempo a lo largo del año siguiente.
Y con esta conversación (y otras tantas) caminamos por esta senda que nos ha sumergido en un escenario abrupto de pedregales y piornos. La arboleda se queda en cotas más bajas formando apretados pinares de repoblación y desnudos robledales. Ascendemos en ordenada formación, salvo Kaos, que va y viene de arriba a abajo incansable. Y también Ricardo, que se aposta en cada rincón del camino para retratarnos bien guapos. ¡Y yo con estos pelos!
Según avanzamos, dejamos a nuestra izquierda La Najarra y nos plantamos en su collado. Y desde aquí admiramos el panorama que nos brinda este lugar: al norte, el valle del Lozoya, Rascafría y el monasterio del Paular. Y Peñalara protegiendo este hermoso escenario con las últimas nieves aferradas a su cumbre tras un invierno que pasó con más pena que gloria. Al sur, Madrid envuelta en su eterna calima, el cerro de San Pedro (singular pirámide desgajada de la sierra) y los embalses de Miraflores, Santillana y El Pardo. Hablo aquí con José Vicente y Gonzalo de aviones, de los que vuelan y de los que, últimamente, se caen. Tal vez, esta conversación aeronáutica se deba a estar más cerca del cielo y las nubes o a la presencia de los numerosos aviones que nos sobrevuelan procedentes de Barajas.
Sea como fuere, los aviones siguen su senda y nosotros la nuestra. Dejamos atrás el collado de La Najarra, seguimos las crestas que dan inicio a la Cuerda Larga y llegamos al último repecho que nos separa de Bailanderos. Aquí debemos buscar algo de abrigo en nuestras mochilas para protegernos del incomodo viento que se ha levantado. Y María y Gloria optan por quedarse en este lugar y disfrutar del panorama mientras el resto afrontamos la subida final. 
Ya en la cumbre reponemos fuerzas al abrigo del viento y tomamos el sol. Sacamos fotos. Admiramos el magnífico paisaje… Yo presto atención a una pareja de cuervos que, cara al viento (o, mejor dicho, pico al viento), se ciernen en el aire y ejecutan vertiginosas cabriolas. Y siento envidia de ellos, de su capacidad de volar y acariciar las laderas desde las alturas.
El tiempo apremia y el viento desapacible nos empuja a iniciar cuanto antes el descenso al punto de partida. Lo hacemos siguiendo la misma senda que nos trajo hasta estas alturas. Y por el camino, voy pensando en los lobos y busco algún rastro que delate su presencia: sus huellas, sus excrementos, sus rascaduras en el suelo…, pero no encuentro nada. Los lobos son animales discretos y cautos (salvo para las ovejas, claro) y es que, en ese comportamiento, les va la vida: han sido muchos siglos de implacable persecución. Pero yo desciendo contento, sabiendo que están ahí, tal vez observándonos desde una retama; tal vez recorriendo esta noche la senda que hoy hemos seguido.
Llegamos pronto al aparcamiento, sobre las 13:30, después de hacer más de 8 kilómetros y salvar un desnivel de 400 metros.
Y yo me alegro de haber compartido con vosotros esta marcha… y de haber transitado por el territorio del lobo.
¡Buena semana, amigos!
Hemos participado en esta excursión: Rafael Garcia Puig, Gloria Fernández, Ricardo García Ramos, Silvia caridad, Jose Vicente Almela, María Franco, Conchita Carvajal, Marisa Huidobro, Paz Vizcaino (y Kaos), Florencia Martínez, Elena Madurga, Gonzalo Fernández Lamana y este cronista, Pablo Olavide

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