Crónica del día 15/11/2015
 
LAS HOCES DE RIAZA.

Las parameras castellanas son discretas y austeras. Pero a veces, el terreno se quiebra y surgen hoces y cañones de una belleza cautivadora.
Hoy, los senderistas y montañeros del club Mirasierra, nos adentramos en uno de esos lugares: las Hoces del río Riaza.

A las nueve y cuarto, nos reunimos todos en el kilómetro 146 de la autovía del Norte. Una fina neblina se aferra al terreno en un intento desesperado por ocultar el sol. Inútil batalla ante un nuevo día espléndido.
Agrupados todos a la salida de Milagros, nos internamos por solitarias carreteras hasta llegar a nuestro punto de partida: una olvidada cantera que hoy hace las veces de aparcamiento.
Somos los primeros en llegar y respiro aliviado al comprobar que no tendremos problema para dejar todos los coches.

Treinta y seis excursionistas iniciamos la marcha a las diez de la mañana. Franqueamos la barrera que protege este paraje y descendemos a buen paso por la carretera. El cañón enseguida nos desvela sus secretos. Surge el imponente viaducto del ferrocarril que antaño iba al norte. La desnuda chopera que acompaña al rio Riaza. Los farallones calizos de tonos plomizos y anaranjados. A mí se me antojan que estos son los muros de una inmensa fortaleza vigilada por cientos de buitres que esperan, pacientes, las corrientes térmicas para volar.

En pocos minutos llegamos hasta el río y lo cruzamos por un puente de madera. A pesar de la falta de lluvia, el aire huele a tierra mojada.
Seguimos el curso del Riaza que corre de nuevo libre tras escapar de la presa de Linares. Penetramos en la umbría del bosque. Miramos los frutos rojos de majuelos y escaramujos. Los primeros buitres inician sus vuelos acompañados de las chovas que emiten sus ásperos graznidos. Una garza real cruza fugaz la espesura. Nos sumergimos en una naturaleza que se hace cercana.

En apenas dos horas llegamos a nuestra meta: la ermita de san Martín del Casuar. Es tiempo de reponer fuerzas mientras observamos los enormes buitres que vuelan sobre nuestras cabezas. A fin de cuentas, nos encontramos en una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa. Estamos en la guarida del buitre.

El día cálido y luminoso invita a permanecer más tiempo en este lugar. Tal vez esperar hasta la noche, y sorprender al esquivo búho real. Pero debemos partir.

En un esfuerzo extra algunos nos animamos a subir un repecho para obtener otra buena perspectiva de las hoces. Desde estas alturas contemplamos la chopera que juega a seguir el curso del río. Las sabinas y enebros que trepan por las laderas hasta tocar las paredes rocosas. El cielo azul. Y los buitres. Siempre los buitres. Incansables. Majestuosos.

Tras las fotos de rigor iniciamos el regreso. Volvemos ligeros y recorremos el mismo camino que nos ha traído hasta aquí. Nos internamos en el bosque amable y acogedor.

El final de la excursión está próximo pero todavía queda subir la implacable carretera que nos llevará al aparcamiento. Castigados por un sol más propio del verano que del invierno, salvamos los últimos metros. El cañón vuelve a guardar sus secretos: su imponente viaducto, su chopera desnuda y sus farallones rojizos.

A las dos y media terminamos la marcha. En total hemos recorrido 13 kilómetros por este espectacular paraje.
Camino de Maderuelo para comer en el restaurante Veracruz contemplo una vez más este paisaje que tanto me seduce; estas parameras castellanas, tan discretas, tan austeras… y tan bellas.

Un lujo haber podido compartir con todos vosotros esta excursión.

Pablo Olavide 



 

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