Crónica del domingo
22 Noviembre de 2015
LA
PEDRIZA: LOS CHORROS-COLLADO DE LOS PASTORES
No
por larga una crónica es mejor, que aquí, como en otros órdenes de
la vida, cantidad y calidad no van siempre unidas. Más yo prefiero
que las mías sean largas, para que de una forma u otra sean
recordadas como "grandes".
Y con el ánimo así
dispuesto y la promesa a mis compañeros de redactarla a página por
kilómetro recorrido me encontré esta mañana con mis compañeros de
aventura: Antonio, Mar, Juan Carlos, Charito, Jorge, Sandra y Emilio.
Salimos
a las 8:25 de nuestro querido Canto Cochino en pos de los Chorros del
Manzanares, primero, y del Collado de los Pastores después. Portamos
impedimenta invernal, pues los dos grados de salida y la amenaza de
la niebla y los nubarrones no nos dejan lugar a dudas: se acabó el
veranillo de San Martín. Remontamos el Manzanares por su margen
derecha, dejamos la Charca Verde y el Puente del Francés, que no
cruzaremos, hasta el Puente del Retén. Este sí lo habremos de tomar
para vadear nuestro madrileño río que, había que verlo esta mañana
de crecido y bravío, enriquecido por sus tributarios. En hora y
media nos plantamos en los Chorros y el tiempo a partir de este
momento empieza a crecerse como El Manzanares, sabedor de que contra
él no hay quien se bata sin sufrir descalabro. La suave cellisca que
nos ha acompañado casi desde el principio se torna más espesa, como
la niebla, que baja desde las cumbres para cubrir el circo de la
Pedriza. Vuelven a portarse las chaquetas que en los primeros
ascensos nos despojamos y todo lo que uno tiene para aplacar el frío
que empieza a sentirse. Alcanzamos las zetas por fin y, al resguardo
del Puente de los Manchegos, doy cuenta de mis dos mandarinas, dos
dátiles y dos trozos de jengibre, que soy hombre que gusta de la
proporción y la mesura en todas sus cosas. Esta demostración de
proporción áurea me sale cara pues la mano derecha desenguantada
para solventar el trance del almuerzo no se me ha de calentar en lo
que resta de marcha. Mientras pienso en cómo volverme a enguantar
una mano que ya no siente nada se abre un animoso debate sobre si la
niebla que ya empieza a ser preocupante nos dejará continuar la
ascensión. Antonio calma los ánimos de los recién sublevados, pues
el collado está ya a tiro de piedra y se conoce el camino como para
hacerlo con los ojos cerrados. Decidimos por amplia mayoría hacerlo,
sin embargo, con los ojos abiertos y ascendemos por la pista,
alcanzando sin contratiempos, pero hasta con el alma congelada, el
Collado de los Pastores. Hasta aquí, tres horas justas.
Seguimos
la bajada de las zetas pero en la primera curva, maese Antonio otea
el horizonte, sopesa, consulta brevemente a Juan Carlos, calcula y
,finalmente, nos comunica su decisión de abandonar las zetas e
internarnos por un caminito por el bosque que, si su intuición
montañera y su experiencia no le engañan, habrá de llevarnos
directamente al Collado Porrón, ya en la Sierra de los Porrones,
evitando las tediosas zetas. Yo recelo de la estrategia, pues si
acortamos el kilometraje, se acortará mi crónica y lo prometido es
deuda. Nos internamos por fin por el sendero, que se torna fácil y
muy llevadero, alcanzando el collado Porrón en poco tiempo. Aquí en
este punto recordamos el inmisericorde ascenso a la Maliciosa Baja
que desde este punto se realiza en el Cruza Pedriza. Alguien aporta
que, si no fuéramos miembros de este insigne club ni gente gallarda
y cumplidora, el paso que acabábamos de descubrir evitaba el penoso
ascenso a la Maliciosa Baja, conectando en suave marcha con el
Collado de las Pastores. Pero nobleza obliga, y el próximo abril El
Boalo tendrá que rendir ante los montañeros del club Mirasierra su
mejor paella tras cruzar con honor la línea de meta. Pero sigamos
con el relato.
Bajamos
ahora ladera abajo por un camino que sólo Antonio reconoce. A mi más
bien se me antoja campo a través, pero enseguida cruzamos la pista y
retomamos la confianza y el ya visible y conocido sendero que nos
llevará a Canto Cochino. Emilio y Mar deciden darle alegría a la
bajada y nos llevan en volandas a Antonio y al cronista, que los
sigue a duras penas y sólo motivado por dar fe de lo acontecido. Se
oyen algunas imprecaciones y juramentos lejanos del grupo desgajado,
que no van a mayores, pues se ponen las pilas y cruzamos, al fin, en
compacto grupo la entrada al aparcamiento de Canto Cochino. 4h 54 min
y unos 15 kilómetros, dicen los gps.
Y
ahora viene lo de los estiramientos. Entorno a Juan Carlos y Antonio,
nos distribuimos los no iniciados en tan sublime arte. Pero al
momento nos percatamos de que estamos ante dos escuelas
irreconciliables. La de Juan Carlos, pausada, de movimientos lentos y
exigentes, minuciosa, en la que estiramos desde el psoas ilíaco
hasta el músculo trigémino, pasando por esternocleidomastoideo. La
de Antonio, más exprés en su ejecución, con reminiscencias de Tai
Chi Chuan y a la que se entrega con convicción Jorge Dukeslky.
Cuando maestro y alumno aventajado acaban la exhibición, los de la
escuela de Juan Carlos aún estamos haciendo chirrriar el psoas
ilíaco, lo cual causa desasosiego entre el alumnado, más pensando
ya en la caña que en la elongación de músculos y tendones.
Doy
fe de la veracidad de los hechos aquí relatados. De los errores o
inexactitudes que pudieran observarse por parte de narradores más
avezados, sólo puedo alegar en mi defensa que quien hubiere de
enmendallos queda emplazado a la nueva salida de montaña, donde con
mucho gusto cederé pluma y papel a quien guste, que esta ha de
quedar como la fize. Ahí queda.
Con
una puntualidad británica nos encontramos las 4 senderistas a las 8
de la mañana en la puerta del Club. Habéis leído bien, solamente
4, pocas en comparación con la ruta anterior en la que éramos 36,
pero no fue obstáculo para coger el coche y ponernos en camino hacia
San Lorenzo del Escorial.
Después
de lo mal acostumbrados que hemos estado hasta ahora, la temperatura
que marcaba el coche era de 4 grados, aunque poco a poco veíamos
aparecer algo de sol en el horizonte, sobre todo cuando nos acercamos
a la ladera del monte Abantos.
Tal
y como nos indicó Rafael, aparcamos el coche cerca de los depósitos
de agua y a las 9 en punto iniciábamos la subida, entrando por una
valla giratoria y un pequeño sendero que nos llevaba hacia la
derecha, entre un precioso pinar. Alcanzamos una pista que poco a
poco nos fue subiendo haciendo varias curvas. La subida era
ligera, la conversación agradable y tuvimos la suerte de poder ver
un gamo que se asustó al encontrarnos y nos dejo verle correr
montaña arriba . Un buen comienzo para ese día. Las vistas
preciosas sobre San Lorenzo del Escorial y el pantano (como podéis
ver en la foto)
Cuando
ya llevábamos unos 5 kilómetros y medio, una senderista de San
Lorenzo muy agradable que nos encontramos nos indicó una desviación
hacia la derecha , el GR 10 , que subía hasta la cumbre. El
sendero era bastante exigente y el tiempo empezó a cambiar
rápidamente. Subimos hasta una bonita pradera donde había una
fuente y un abrevadero y paramos para tomar algo. Gorros,
guantes...nos lo pusimos todo ya que el viento era frio y empezó a
nevar. Por lo que , aunque sabíamos que estábamos muy cerca de la
cumbre, decidimos entre las cuatro volver, llevábamos 8 km, y nos
faltaban otros 8 para volver.
Un
día muy agradable, que cerramos con unas cervezas y vuelta para
Madrid. Volveremos , porque esa cumbre hay que alcanzarla.
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