CRÓNICAS DEL DOMINGO, DÍA 29/11/2015

Del Puerto de Canencia al de La Morcuera

Llegamos al puerto Canencia (1524 m) puntuales como siempre y allí nos reunimos Pablo Olavide, Pilar y Alicia Caridad, Begoña Mata, Coro la Tasa, Rocío Eguiraun, Marisa Ruíz, Katinka, y yo, total 10, que no nos numeramos ni al salir ni al llegar, pero no nos perdimos ninguno.
Empezamos una bonita caminata por la senda forestal, casi autopista, que une los dos puertos: el de Canencia y el de la Morcuera, y que transcurre por la cara norte entre pinos de buen porte caracterizados por el color rojizo de su tronco, algún que otro abedul, piornos y enebros rastreros. Es el GR 10.1
El anticiclón que teníamos encima nos regalaba un día claro, sin nubes, sin viento y fresquito, como dice el manual. Esto, unido a la umbría propia de la vertiente hacían agradable el uso de los guantes y del gorro.
Ir con Pablo es un seguro de tropezones, por tanto mirar y escuchar los pájaros, y de amenidad: ¡Lo que sabe y qué bien lo cuenta!
Siempre dentro del bosque, cruzamos un arroyo, el “Sestil de Maillo”, y un afluente del anterior y así, entre pinos, ligeras rampas y sucesivos collados llegamos a una amplia pradera que era el punto más alto del recorrido. Allí sí que se agradecía el sol.
Retomamos la senda, y con una suave pendiente llegamos hasta el arroyo de la Hoyuelas donde nos paramos a tomar el tentempié.
Una curiosidad: Todos nos preguntamos, y ninguno sabíamos el nombre del alto que está al SW del Puerto de la Morcuera. Porque Morcuera significa hito o mojón de señalización, creo.
Regresamos por el mismo camino: Lanzadera le llamo a este tipo de itinerario.
La vuelta fue un poco más rápida que la ida y nos guardaba una, a mi juicio, muy agradable sorpresa: Una magnífica vista del valle del Lozoya con el embalse de Pinilla al fondo.
Así llegamos al puerto, cogimos los caballos y a casa.
No me reprimo y pego el pantallazo del navegador (Gracias Paco Vaquero por incluirlo)




Un abrazo, y feliz semana


Gonzalo Fernández


La Pinareja

El domingo 29 de noviembre de 2015 no encontramos en la puerta del club Mirasierra Antonio de la Fuente, Mar Barrionuevo, Mamen Jürschick, Jacinto Alcalde y yo, Reinaldo Vázquez. Salimos por la carretera de Colmenar hacia Cercedilla, en el aparcamiento de Majavilán habíamos quedado con el equipo de Colmenar Viejo compuesto por Jorge Dukelsky, Juan Carlos Aguilón, Alfredo Carlavilla y Paco Vaquero.
Los de Mirasierra llegamos cinco minutos antes, porque incumplimos los límites de velocidad. Este escrito es una narración novelada por lo que no pueden tomarse mis comentarios al pie de la letra, seguro que llegamos antes porque los de Colmenar llegaron después. Allí en el aparcamiento me dijeron todos que yo era el cronista por encomienda de Rafael, como no había recibido el correo dudé, pero su convicción pudo con mi desconfianza.
Durante el camino el termómetro del coche había llegado a los –3´5º, curiosamente en el aparcamiento la temperatura era de un grado sobre cero, supongo que por la protección del bosque. De todos modos nos abrigamos.
Nos pusimos a andar a las nueve menos veinte, justo detrás de los coches sale un camino que asciende con pendiente pronunciada, al poco alcanzamos la carretera de la República, a la derecha ascendía y nosotros descendimos unos metros para seguir por otro camino igualmente pendiente. Rechazamos la carretera republicana lo mismo habríamos hecho si hubiese sido del dictador Miguel, frenético constructor de obra pública; ningún perjuicio cronológico o de ideas, nos llevó a ello, sino que repudiábamos las facilidades que nos brindaba. Seguimos subiendo a ritmo muy rápido encabezados por Paco. En las dudas en caminos Antonio dio instrucciones de seguir el que más ascendiera. El esfuerzo de la subida hizo que las capas de ropa empezasen a caer inmediatamente. Además, el día, que había aparecido con temperaturas muy bajas, cambió radicalmente, a lo que se añadía que el cielo transparente que dejaba pasar la radiación y la ausencia de viento contribuyeron a elevar la sensación de calor.
Llegamos al límite de la provincia de Madrid, una puerta en la que se podía leer un cartel que prohibía el paso de julio a septiembre nos dio paso a la vertiente norte segoviana. Una senda relativamente horizontal nos condujo entre lo que supongo eran pinos silvestres o de Valsaín, a los pies de la peña del Águila, hasta los Ojos del río Moros, Paco y yo bajamos a ver el nacimiento del río y no había caño ni gruta, el agua se filtraba de la tierra con un caudal considerable para este arroyo que se convierte en río por la suma de otros hasta desembocar en el río Eresma por su izquierda. Pudimos ver dos embalses, uno pequeño y otro más abajo de tamaño mayor, probablemente sean los de las Cabras o Espinar y el del Tejo de las Tabladillas.
Llegamos a un collado entre el Montón de Trigo y el Pinarejo, desde allí se veía la planicie segoviana, la capital, La Granja, Peñalara nevado. Giramos a la derecha y subieron al Pinarejo, un camino recto al principio que se dirige a la cumbre sin perder tiempo y que luego desaparece, tal vez no se viese por la nieve que ya habíamos encontrado más abajo. He dicho que subieron porque yo me quedé hablando por teléfono, deberían prohibirse las llamadas entrantes, sobre todo cuando son de trabajo. Cuando acabé acometí la subida y en mitad de la cuesta estaba Alfredo esperando, siempre atento a que no se quede nadie descolgado. Tuvo que seguir aguantando mis paradas porque me rendí a fotografiar el valle que se abría entre la sierra de Guadarrama y la Mujer Muerta, y hacia el este Peñalara, la Bola del Mundo, la Maliciosa...
En la cumbre nos esperaba el resto del equipo, tal vez solo lo hicieron porque ya no podían seguir subiendo. Agua, poca comida y foto que nos hizo un voluntario al que devolvimos gustosos el favor.
La proximidad, estar encima de su cabeza, nos impedía ver la representación que desde Segovia es clara de la Mujer Muerta. Tendremos que comer cochinillo en Segovia para contemplarla, propuso alguien, y es buena idea.
La bajada fue rápida, pero curiosamente se nos hizo más larga que la subida. La pendiente del Pinarejo es un pedregal que nos hizo difícil los dos sentidos, al material suelto había que añadir la nieve, pisarla sin un firme plano inspiraba desconfianza. Hielo, prácticamente, no encontramos.
De vuelta al collado pensé que lo que quedaba sería cuesta abajo, pero en vez de volver acometimos la subida hacia el Montón de Trigo. Aquí Paco, cronista fotográfico, empezó a retrasarse porque paraba para hacer fotos, pero en segundos nos alcanzaba. Hoy había llegado fortísimo y seguro que su alarde habrá merecido la pena porque las vistas eran dignas de perpetuarse.
Ganada media altura nos dirigimos hacia el cerro Minguete, que tampoco acometimos. Seguimos por un camino, que rodeaba el cerro por el oeste y al que daba el sol de levante y que no daba opción a abandonarlo por la pendiente de la ladera. La senda era estrecha, con piedras, pero suficientemente seguro, su orientación evitaba la formación de hielo.
Hubo un momento en que se abrieron a nuestros pies dos valles, continuidad uno del otro, hacia Segovia y hacia Madrid.
A partir de aquí, bajada hasta el puerto de la Fuenfría, donde encontramos mucha gente que sin duda habían subido por la carretera de la República, nosotros la volvimos a despreciar y bajamos por la calzada romano-borbónica, su capa de firme fino ha desaparecido y sus piedras de la parte inferior hicieron estragos en las rodillas lesionadas. Cuando por tercera vez nos encontramos con la carretera se nos ofrecían otras dos opciones seguir recto por la calzada, a la izquierda por el monte o a la derecha por la comodidad decadente. Elegimos ésta, no por nuestro envilecimiento sino por solidaridad con las rodillas de nuestros compañeros.
Llegamos muy rápido al aparcamiento. Eran las dos. Cinco horas de marcha, descontados los veinte minutos de la cumbre y unos catorce kilómetros. A todos nos pareció poca distancia la que había medido el GPS de Juan Carlos. Tres kilómetros, por ejemplo en el camino del puerto hacia Segovia es una velocidad que se puede duplicar, pero por las sendas o los pedregales que habíamos recorrido con subidas y bajadas pronunciadas no es mala media.
Como siempre gracias a Dios por la sierra que tenemos, a todos los que habéis ido por vuestra compañía y a los que habéis preparado el itinerario y os habéis encargado de la gestión de la convocatoria por vuestra dedicación y buen resultado. Muy especialmente al que se haya encargado del buen tiempo, maravilloso.


Reinaldo Vázquez








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