El domingo treinta de septiembre era el último del mes y el primero del otoño, sin embargo el día fue todavía veraniego.
Quedamos
en el club Rafael Alonso y yo, no dirigimos por la carretera de Irún al
cementerio nuevo de Valdemanco donde habíamos quedado con Juan Carlos
Aguilón, A la altura del cerro de San Pedro pudimos apreciar el tamaño
de la ruta que íbamos a hacer desde el extremo oeste de la sierra de la
Cabrera hasta el extremo oriental. Es una sierra pequeña, tanto en
longitud como en altura, no llega a 1,600 metros en ningún momento, pero
a pesar de ello nos pareció que la distancia entre los puntos más
occidental y oriental de la misma era mucha. Es una sierra de especial
belleza para mí, se levanta vertical tras la población del mismo nombre,
granítica y la considero la prolongación de la Cuerda Larga.
Reunidos
los tres en el cementerio empezamos a subir. La primera pendiente es
fuerte, alcanzada la cara norte se suaviza y el recorrido se convierte
en horizontal, Juan Carlos no quiso que nos adocenásemos y para evitarlo
giró a la derecha para alcanzar el Cancho Gordo, no lo subimos,
llegamos hasta el collado y nos asomamos por él hacia el sur con una
vistas sobre los pantanos y Madrid al fondo. Pasamos de 1,500 metros, el
punto más alto de la excursión. Rafael confirmó que lo que habíamos
visto desde la carretera no era una ilusión óptica el Cancho Gordo era
más alto que el pico de la Miel. Desde arriba podíamos apreciar
indubitadamente que nos encontrábamos muy por encima del famoso pico.
Colgado
en la altura atravesaba el collado un cable y en el estaba suspendida
una persona. Es una diversión que deben organizar todas las semanas
porque un grupo de América del Sur, con los que nos encontramos más
tarde, nos comentó que el domingo pasado también estaban Antonio y María
si nos hubiesen acompañado sin duda habrían pedido hacer el recorrido,
largo y a gran altura.
Bajamos un poco y volvimos al collado Alfrecho, luego fuimos hacia el pico de la Miel, bajando suavemente.
En
la bajada por camino pisé una losa de unos ochenta centímetros de larga
y cuarenta de ancho, a pesar de su tamaño y peso la lastra se puso en
movimiento y me vi con los dos pies sobre ella haciendo surf hasta que
salté a la izquierda, según Rafael, que iba detrás, con gran soltura. El
que reaccionó muy bien fue Juan Carlos, que encabezaba la marcha. Ante
nuestros gritos, sin saber muy bien la causa de los mismos improvisó un
salto a la derecha, clavó el bastón derecho en el suelo y giró a la
diestra mientras saltaba hacia ese lado apoyándose en el bastón
izquierdo. Se pudo apartar del recorrido de la lancha desprendida. que
bajaba deslizándose sobre la piedra y la arena del camino. La roca
aplastó el bastón derecho clavado en el suelo y éste frenó su descenso.
Fuimos incapaces de mover la piedra para levantarla y recuperar el
bastón.
Alcanzado
el pico de la Miel, lo sobrepasamos y descendimos paralelos a la sierra
hasta ponernos completamente al norte y desde allí iniciar la subida.
Tengo que decir que cómoda sin las dificultades que presenta subir por
el oeste. Descansamos en la cumbre con buitres sobrevolándonos y con la
sensación de que nosotros mismos lo hacíamos porque abajo, en caída casi
libre, veíamos los nudos de comunicaciones de la Nacional Uno y al este
el pantano de El Atazar. Bajamos por el mismo punto e iniciamos la
vuelta.
Pudimos fotografiar a unos veinte buitres sobre dos rocas contiguas.
Los
brasileños y bolivianos a los que me he referido antes con los que
habíamos coincidido en la cumbre querían dirigirse al convento de San
Antonio, antiguo monasterio benedictino del siglo XII con restos
anteriores a la invasión musulmana, hoy de la orden idense. Como no
conocían el camino Juan Carlos les acompañó hasta el collado Alfrecho y
los dejó encaminados.
Teníamos
previsto hacer el mismo recorrido, pero, como habíamos alargado el
camino original con derivaciones, preferimos seguir por el norte los más
recto y horizontal posible y así llegar a comer a hora civilizada.
Las
vistas del valle del Lozoya son bonitas, aunque allí ya se abra mucho.
Se ve el ferrocarril Madrid Irún que ya ha cumplido 50 años, tengo unos
gemelos con dos ruedas de tren que me regalaron cuando se inaguró, la
sierra de los Carpetanos, tan querida por Juan Carlos, y que queremos
recorrer desde Somosierra a El Escorial. Rafa anímate a incluirla en la
programación. Indudablemente dividida en tramos.
En
el camino de vuelta llamó Patricia desde uno de los mieleros de Soto
del Real, me estaba buscando cera de abeja y Juan Carlos me llevó dos
botes uno de cantueso local y otro de azahar valenciano, dos detalles
muy adecuados para el Pico de la Miel.
Una
excursión menor, pero muy completa (subida, vistas, compañía, rapidez
en las primeras cuestas, trepada, conversación y un día ideal, para mí
caluroso).
Senderistas bailones poneos en contacto con Rafael Alonso, puede ser un filón.
Y ya pensando en Cabeza de Hierro.
Reynaldo
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