Crónica de la salida a Los Chorros del Manzanares. Día 8/3/2015

     ‏Venía pensando, cuando entraba en La Pedriza esta mañana, qué misteriosa energía hacía emerger ese color de fuego de los riscos cuando el sol del amanecer incidía sobre ellos. Y cómo yo, ajeno a esa maravilla, podía romper esa magia traspasando con mi vehículo el umbral de este santuario de piedra. Y de ahí, mi imaginación me atrajo la figura de una andarina que jamás holló con su coche este esotérico paraje. Por respeto, por un profundo respeto por la naturaleza y por la suprema belleza de lo sencillo. Andaba yo en esas disquisiciones cuando alcanzamos el parking de Canto Cochino y nos unimos al numeroso grupo de senderistas y montañeros de nuestro querido club. Caras conocidas, alguna nueva para mí, todas exultantes de alegría. Nos numeramos: 23, nada más y nada menos. Para ser exactos, 25. De la cuenta no podemos excluir a la simpática perrita Nora y a una montañera boliviana que se unió a nuestro grupo hasta Los Chorros, ya que ella se planteaba llegar hasta la Bola del Mundo, volver por la Maliciosa y vuelta a Canto Cochino. Una travesía alpina en toda la regla.
        Iniciamos la marcha a las 8:50, con un cielo precioso sobre nuestras cabezas que auguraba un radiante día de montaña. Cruzamos el puentecito sobre el río y progresamos por el sendero PR-1 en dirección a la Charca Verde. Desde el inicio, pudimos especular sobre la cantidad de árboles, pinos de gran porte, caídos como fichas de dominó, arrancados de la tierra desde sus raíces. Seguimos nuestra travesía, remontando el Manzanares por su margen izquierda hasta llegar a la famosa Charca Verde. Receso y fotos de rigor. La ocasión lo merece, con el río en su máximo caudal. Volvemos sobre nuestros pasos un trecho para cruzar el río por el puente y remontar ahora por la margen derecha. El sol ya aprieta sobre nuestras cabezas y nos obliga a aligerar la impedimenta. La primavera parece haber empezado ya. Los aromas de jara y de pino nos acompañarán todo el camino. También la procesionaria ya ha salido de sus nidos, que vemos muy claramente en las ramas de los pinos. La omnipresente cabra montés en sus riscos nos observa tranquila, relajadamente al sol. Seguimos por el PR-18 y dejamos el Puente del francés, que no cruzaremos, a nuestra derecha. Cruzaremos un poco más adelante, por el puente de madera, para devolvernos de nuevo a la margen izquierda y enfrentarnos con las últimas cuestas que nos llevarán hasta Los Chorros. La trepada hace las delicias de los montañeros y creo que no llega a atragantarse a ninguno de los senderistas; tan bello es el paisaje y tan ansiada la recompensa de las vista de los saltos de agua que progresamos con buen humor, recobrando, de tanto en tanto, el resuello. Nos guía nuestro recién incorporado Francisco, que ya había hecho el recorrido esta semana con Alfredo y Juan Carlos. Casi sin darnos cuenta llegamos al destino, donde podemos reagruparnos y reponer fuerzas sobre la gran terraza de piedra que se asoma peligrosamente sobre la caída de agua. En cualquier caso es imposible no acercarse para admirar la belleza de Los Chorros y la inmensa fuerza de la naturaleza. La compañía del río, sobrealimentado por las recientes nieves, el fragor del salto de agua y ese maravilloso sol nos mantienen unos minutos más absortos en la belleza del momento.
     Toca volver. Iniciamos el descenso, cruzamos de nuevo por el puente de madera y ya no abandonaremos más la margen derecha, progresando por la pista que nos llevará hasta Canto Cochino. Antes, tenemos oportunidad de avistar algunos buitres leonados orbitando sobre los riscos o al huidizo mosquitero, delatado por su canto. Siempre de la mano y de las explicaciones de nuestro buen amigo Pablo Olavide y sus inseparables prismáticos. También divisamos sobre la otra orilla una serenísima, verde y soleada pradera, hoy repleta de gente, de vida y de felicidad. No podía ser de otro modo. Unos segundos de recogimiento y reanudo la marcha.
       Por fin, Canto Cochino. Despedida para algunos y una felicísima y merecidísima ronda de cañas para el resto. Como siempre, me llevo la carretilla llena de vivencias, camaradería, buena sintonía y energía positiva. Y en el recuerdo, también se abre paso la esperanza y la alegría.




Autor: José Antonio Rodríguez









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