CRÓNICA
DE LA SALIDA AL PICO DE LA MIEL EL 22/03/2015
Cuando
era niño y viajaba con mi abuelo a su pueblo, a Burgos, al pasar por
La Cabrera me decía: “Ése es el Pico de la Miel”.
Yo
creo que era el único que se sabía, pues no me volvía a señalar
ninguna otra cumbre en todo el trayecto.
Desde
la ventanilla del coche, yo miraba esa inmensa mole granítica e
imaginaba que ahí se encontraba la morada del águila.
Ahora,
cuando viajo con mis hijos camino del norte, siempre les digo al
pasar por aquí: “Ése es el Pico de la Miel”.
Ellos
se miran y sonríen indiferentes. ¿Se preguntaran, al igual que yo,
si en esos riscos anida el águila real?
Hoy,
en esta incipiente primavera, nos disponemos a subir a esta mítica
cumbre de la sierra de La Cabrera: el Pico de la Miel. Lo hacemos
nueve intrépidos montañeros del club Mirasierra dispuestos a
desafiar la lluvia y la verticalidad de las alturas.
Nos
reunimos todo el grupo en el cementerio de Valdemanco. Últimamente,
todas mis excursiones empiezan en estos lugares, en los cementerios,
pero a mí siempre me parecen un buen lugar para emprender una
excursión. Son sitios tranquilos y en esta ocasión está al pie de
la sierra.
Iniciamos
la subida por un sendero bien marcado, PR M-13. Alfredo lidera el
grupo que, en “fila india”, avanza lleno de entusiasmo ante un
nuevo día de campo. El paisaje que nos acoge es caótico,
atormentado y hermoso; inmensas moles de granito se desparraman por
la ladera como si un gigante hubiese jugado con ellas. Nos
preguntamos qué extrañas fuerzas habrán modelado estas rocas y las
habrán colocado en un inexplicable equilibrio.
Poco
a poco coronamos el collado Alfrencho. La ropa empieza a sobrar y es
el momento para aligerar la indumentaria y tomar aire. Desde aquí,
contemplamos el valle que hemos dejado atrás: Valdemanco, La Cabrera
y el cerro de San Pedro al fondo. Una enorme urbanización de casas
“clonadas” se divisa a lo lejos. “ ¿Quién destruyó tanta
belleza? ”, me pregunto.
Reanudamos
la marcha por este mundo pétreo salpicado de enebros y encinas. El
aire huele a jara, a cantueso, a tierra mojada. Ahora divisamos el
otro lado de esta sierra: el valle del Lozoya y el viejo ferrocarril
que iba al norte. Al fondo se divisa el paso de Somosierra cubierto
de amenazantes nubes.
Sin
darnos cuenta, descendiendo el Cancho de los Brezos, nos plantamos a
los pies del Pico de la Miel. Nos queda ahora el último repecho para
conquistar la cima. La empresa parece complicada; toca trepar por
escarpadas piedras venciendo el vértigo y la gravedad. Alguien, tal
vez con más sensatez, decide esperar en la base.
Paso
a paso, midiendo bien donde ponemos nuestros pies y nuestro espíritu,
llegamos a la cima: 1356 metros. Momento de hacer la foto de rigor y
contemplar el panorama que nos rodea: Somosierra, los pantanos del
Atazar y el Vellón, los pueblos de La Cabrera, el Berrueco,
Lozoyuela…Cristina nos señala donde está Manjirón. Lejana se
intuye, entre nubes, la gran urbe madrileña.
Con
cuidado, con mucho cuidado, iniciamos el descenso. Pasos lentos y
bien medidos hasta llegar de nuevo a la base. Es el momento oportuno
para coger fuerzas y dar buena cuenta de nuestras provisiones.
Pero
el tiempo vuela e iniciamos el retorno a nuestro punto de partida.
Caminamos a buen paso bajo la atenta mirada de los buitres leonados.
En lo alto, muy alto, un águila real surca el cielo. ¿Será el que
yo imaginaba de niño?
Cuando
alcanzamos el collado Alfrencho iniciamos un vertiginoso descenso
entre jarales y enebros hasta llegar a la pista que conduce al
convento de San Antonio de los padres franciscanos. Iniciamos nuestro
particular “vía crucis” por esta pista, siguiendo las cruces que
llevan hasta el monasterio. Ya sólo nos queda el último repecho, el
último esfuerzo, para llegar a nuestro punto de partida y dar por
concluido este maravilloso día de campo.
Ya
en el aparcamiento veo caras de satisfacción tras haber recorrido
estos agrestes parajes. 5 horas y 11 minutos de caminata. Casi 13
kilómetros. ¡Toda una hazaña para mí! Tengo la sensación de
haber estado en otro mundo; un mundo maravilloso de naturaleza y
vida. Mi cabeza está llena de campo, de sierra…y de buena
compañía. Un lujo haber podido compartir esta “aventura” con
Mar, Cristina, José Antonio, Emilio, Alfredo, Reynaldo, Iñigo y
Jesus.
Mientras
regreso a casa por la Autovía del Norte, pienso de nuevo en mi
abuelo. Hoy me hubiera gustado haberle dicho: << Ahí arriba,
en el Pico de la Miel, he subido yo… >>.
Autor: Pablo Olavide
22 de marzo de 2015
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