Crónica de senderismo al Mondalindo, por Jesús Vara‏


Para mí la ruta empezó por la noche, con: La incertidumbre de la dificultad, esta vez por el tiempo; la preparación de la mochila con las recomendaciones de Rafael;  la ilusión de mi tercer día de senderista por la Sierra de Madrid, que llevo dentro desde muy joven, y la alarma que me sonó antes del amanecer.
La camaradería y la alegría la percibo en nuestros ojos, al reunirnos en la puerta del Club. Todos fuimos puntuales, no hubo que esperar a nadie. El grupo se completa, según programa, en el Bar de la Plaza de Miraflores de la Sierra, pueblo muy bonito y de nombre precioso. A pesar del mal tiempo somos 26 entre montañeros y senderistas. La ruta de los senderistas la modificamos durante ese encuentro. Los montañeros nos propusieron que les acompañásemos en dirección a Mondalindo, que aparece mencionado en el 'Libro de la montería' de Alfonso XI como la Peña de don Galindo, y que hoy es Mondalindo nada más; y los senderistas aceptamos hacerlo hasta el inicio de la subida. Ellos continuarían hasta la cima. Se trata de una ruta algo más exigente que la prevista: DEL PTO. DE CANENCIA AL PTO. DE LA MORCUERA, aunque de recorrido kilométrico menor.
En el lado derecho de la carretera, entre Miraflores y el puerto de Canencia, contemplamos,  desde el coche, el bosque de roble melojo con sus troncos cargados de líquenes, según es típico en esta zona de la sierra. Aparcamos a la derecha en el sentido de la subida y nos dirigimos a la puerta que nos franqueaba el paso hacia el pinar. En ese momento a 1524 metros de altitud y a las 9 de la mañana, comenzaba nuestra marcha. Hacía frío.
Tomamos la pista forestal que sube al Collado de los Altares. A nuestra derecha dejamos el Collado Cerrado. Subimos sin dificultad, la inclinación no es importante. A ambos lados contemplamos una arboleda de pino albar acompañado de especies botánicas protegidas como el acebo, el roble albar, el olmo de montaña o negrillo y algunas más. Haciendo curvas a derecha e izquierda con la pista forestal, llegamos a un tramo corto de pendiente más pronunciada. Con él alcanzamos el final del pinar, que está cerrado con una valla de espino. Abriendo la puerta, salimos a un gran cortafuegos, desde donde descubrimos la Najarra, el embalse de Santillana, el pueblo de Bustarviejo y los altos del Perdiguera; y vislumbramos, a pesar de la reducida visibilidad, los rascacielos de la Castellana y la grandeza de la llanura madrileña.
Por el cortafuegos, a la derecha de la arboleda ascendimos hasta Cabeza de la Braña (1.770 mts.). Los orígenes de este nombre se remontan al tiempo de la Reconquista. Braña es una voz de origen cántabro con que se designa al pasto de verano, que por lo común está en la falda de un montecillo donde hay agua y prado. Sin duda el nombre le encaja a la perfección a este enclave con sus laderas cubiertas de   cervunales, pastizales y piornalesDesde ese punto divisamos a los montañeros que ya iban por la falda de Mondalindo, y, en dirección norte, un cielo tan cubierto que anunciaba nieve.  
Con la vista de nuestro destino, tomamos la estrecha vereda hacia el Collado Abierto (1.606 mts.). En ocasiones era difícil utilizar los bastones porque los piornos tapaban casi totalmente el sendero. Casi 200 mts. de bajada rápida y con piedras sueltas. Yo no pensé que después había que subirla. En el Collado el pasto, que en la próxima primavera alimentará al vacuno, cubría la senda. Al final de nuestro recorrido de ida, hicimos una pequeña subida, con la quizás llegamos a la Albardilla (1.656 mts.). Volvimos a contemplar el horizonte: al sur Bustarviejo, la llanura madrileña y los rascacielos casi imperceptibles por la neblina, al este nuestros montañeros más cerca de la cima, al oeste la Najarra y el embalse de Santillana y al norte los nubarrones que seguían anunciando nieve, que ya empezaba a caer en copo pequeños pero helados. Nosotros a penas si  sentíamos el frío, íbamos bien abrigados.
Al poco iniciamos la vuelta y rápidamente percibimos que la subida a la Cabeza de la Braña por esta vertiente tenía mayor dificultad. Doscientos metros de desnivel en apenas un kilómetro de distancia (los porcentajes consiguientemente son elevados). La vereda ya la hemos descrito, mala, aunque con menos peligro para subirla que  para bajarla. Rafael iba pendiente de todos, a mi me preguntó en varias ocasiones por mis fuerzas. No tuvimos que parar a penas, todos hicimos bien la subida. Antes del punto geodésico, nos desviamos a la izquierda y, en un roquedal orientado al sur y abrigado por el pinar al norte, nos paramos a reponer fuerzas. Nevaba con copos muy finos y helados. Sentados en las rocas, vimos como al rato, nuestras mochilas blanqueaban con la nieve, que iba cayendo poco a poco. Amigablemente ofrecimos nuestras provisiones y probamos las de los compañeros apreciando sus bondades para futuras ocasiones.
La vuelta por el pinar, que alcanzamos rápidamente, se hizo corta con las amenas conversaciones que mantuvimos. Al llegar al aparcamiento pudimos hablar con los montañeros para esperarles con los coches necesarios y los que pudieron se quedaron a tomar las cañas de rigor. A la vuelta, en el coche, haciendo nuevos proyectos para nuevas rutas o viejas, que se añoran, Algo tienen las marchas y los marchantes que después del esfuerzo sigues queriéndolas y queriéndolos.
Autor Jesús Vara

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