Este
año (2018) estamos abocados a incumplir los propósitos. Hemos cambiado
el recorrido, incluso el punto de arranque, prácticamente la mitad los
días. El domingo 3 de junio es uno de los que se modificó.
A
las siete menos cuarto escribí a Emilio para decirle que me esperasen
en Navacerrada, sana precaución porque en algunas ocasiones como
producto de esas alteraciones me he quedado en tierra. Me indicó que la
predicción para Navacerrada era muy mala y que si íbamos a otro sitio.
No me pareció mal, pero había que localizar a Jose Ignacio Olleros que
tenía previsto esperarnos en el puerto.
Por
fin me avisaron que se había arreglado todo y que el destino era el
collado Cabrón. Sospecho que hicieron trampa y me llamaron desde el
coche, porque estando más cercano a Canto Cochino llegué el último. Allí
me esperaban los dos varones, Mar y, la todavía convaleciente, Chelo.
Tengo
que decir que es el camino más fácil de seguir que he hecho en la zona
intrincada de la Pedriza. Cruzamos el puente sobre el Manzanares,
torcimos a la izquierda y una señalización clara indicaba los posibles
caminos desde allí. En varias de las tablas figuraba la distancia, no
era el caso del cancho de los Muertos ni del collado Cabrón. Seguimos
las marcas amarillas reforzadas por señalización vertical propia del
parque. No tuvimos dudas pues siempre se veían varias marcas.
El
pinar estaba muy bonito. La sequedad habitual que caracteriza estos
bosques en Madrid no existía. No sólo teníamos sensación de humedad en
el ambiente, los suelos estaban verdes salpicados del blanco de los
pétalos arrancados a las jaras por la lluvia de la noche anterior. Sin
embargo los líquenes no estaban dominados por las algas mojadas y eso
nos dio seguridad cuando acabó el camino fácil. Luego, trepar un poco
por piedras y una subida encajonada entre paredes que no tenía especial
peligro, pero que animó los ojos y el cuerpo.
He
dicho que estaba todo muy bien señalizado, pero cuando uno se lía a
hablar... Íbamos Chelo y yo los primeros y unos sentados en unas piedras
nos preguntaron por el camino al collado, Chelo contestó que allí
íbamos nosotros y no había más que seguir las marcas, nos dijeron que
había marcas también en sentido contrario y tuvimos que girar 120º
porque en nuestro despiste la bifurcación en Y la tomamos a la derecha.
Insisto en que, salvados los despistes, es el camino mejor señalizado de
la Pedriza, por algo es el PR1.
Llegados
al collado hicimos parada con los tres montañeros que nos habían
seguido, uno de ellos llevaba el lauburu en el pecho, sin saber lo que
significaba esa cruz gamada disimulada.
Ellos
se fueron a buscar un elefante que debía haber en las proximidades y
nosotros seguimos por el PR1 hasta que empezó a chispear, temimos dos
cosas 1ª si seguíamos el PR podría ser larguísimo y no teníamos medio de
comprobarlo, 2ª si nos volvíamos las rocas podrían estar resbaladizas
con la lluvia. Emilio tomó la decisión acertada de dar la vuelta, he
podido comprobar que nos quedaba un recorrido de casi veinte
kilómetros.
Volver
por el mismo sitio que la ida puede parecer un poco aburrido, pero
tiene la ventaja de asentar el recorrido en la memoria y las vistas no
son exactamente iguales por lo que quedamos muy satisfechos. La bajada
fue más complicada que la subida, pero no tuvimos rocas resbaladizas
porque la lluvia no llegó a afectar a la adherencia.
Como
es habitual la Pedriza no defraudó, la conversación fue animada,
demasiado intensa, tal vez, y como se dijo aunque dé pereza levantarse
siempre merece la pena.
Reinaldo
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