Enlace que nos manda Ricardo del video de la marcha por la ribera del Rio Angostura: https://www.
Ayer
leí en la prensa que existe el “Síndrome de Déficit de
Naturaleza” motivado por este ritmo de vida que llevamos, lleno de
tecnologías, pantallas y demás artilugios que nos apartan de nuestro
contacto con la naturaleza y nos provoca desajustes en nuestra salud y
en nuestro ánimo. Pues bien, llevo un tiempo sin poder salir al campo y,
ante el temor de verme afectado por tan singular mal, no dudé en
apuntarme a esta excursión por el río Angostura que hoy nos propone
Rafa. Además, el valle del Lozoya es la joya de la corona (al menos de
mi corona) y, a juzgar por el gran número de participantes del club
Mirasierra que se han apuntado, creo que también lo es para muchos de
vosotros (sin menospreciar otros lugares, por supuesto).
A
las ocho y media de la mañana no hay nadie en el aparcamiento del
restaurante Pinosaguas (el lugar donde hemos quedado) y yo espero al
resto de senderistas prismáticos en ristre. Es difícil observar las aves
forestales: hay que escrutar cada árbol minuciosamente mientras uno
permanece quieto y en silencio. Sin embargo, es fácil identificarlas por
su canto con un poco de entrenamiento y, aquí mismo, escucho pinzones,
carboneros, mosquiteros y trepadores los cuales, serán nuestros
compañeros de viaje en esta hermosa mañana que se asoma a las puertas
del verano.
Pronto
empiezan a llegar el resto de la gente: primero, Pilar y Gonzalo,
luego, Alfonso y Mari Carmen y un poco más tarde, el resto. En total 22
caminantes dispuestos a disfrutar de nuestra sierra y alejarnos de ese
síndrome que amenaza a las sociedades urbanas.
Pasadas
las nueve de la mañana, y guiados por Rafa y Gonzalo, comenzamos la
marcha remontando la orilla izquierda del Angostura (bautizado Lozoya
aguas abajo). Caminamos por la espesura que conforman los esbeltos pinos
albares (o de Valsaín) y los robles rebollos de hojas aterciopeladas.
Lo hacemos bajo un cielo azul y observados por la atenta mirada de los
buitres negros que, a estas horas de la mañana, ya empiezan a planear
aprovechando las primeras corrientes térmicas. Y es que, en estos
pinares del Alto Lozoya, se asienta una de las colonias más importantes
de estas enormes rapaces de más de dos metros de envergadura. ¡Todo un
lujo para nuestra naturaleza madrileña!
La
senda pronto la cambiamos por pista forestal, pero no nos desprendemos
de este bosque protector y amable que nos acompaña en la subida. Y es
difícil no caer seducido por esta armonía vegetal donde la luz de la
mañana se cuela en la espesura y juega a crear claroscuros, sombras
inciertas y a desvelar mil matices de verdes.
En
un punto indefinido del camino, ahí donde el roble desaparece para
dejar que solo los pinos soporten el rigor de la altitud, decidimos dar
media vuelta e iniciar el camino de regreso. Y a los pocos metros
hacemos el indispensable alto en el camino. Lo hacemos junto al río
Angostura, ¿dónde si no? Y aquí retomamos fuerzas y nos hacemos la foto
de rigor que dará testimonio de nuestra andadura.
Mientras
doy buena cuenta de mi comida (y de los dátiles con que me obsequia
Gloria), observo el río. A mí me parece que los ríos de montaña tienen
algo de hipnóticos, igual que el fuego de una hoguera o las olas del
mar. No sé por qué es, tal vez sea por el sonido de su corriente
golpeando las rocas, o por los dibujos que forman los remolinos de
espuma blanca. Sea como fuere, el lugar transmite esa paz que a veces
nos falta en la ciudad.
Y
tras el descanso, de nuevo al camino, de nuevo a transitar por el
bosque encantado en animada charla. Y así, paso tras paso, acompañando a
este río que hoy nos lleva, llegamos a Pinosaguas (nombre acertado para
el lugar). La vorágine dominguera se hace patente en el lugar y
conductores y vehículos se disputan los escasos sitios libres que
quedan. Pero nosotros ya tenemos el trabajo hecho: nuestros ojos, y
nuestro espíritu, ya están llenos de naturaleza y armonía, listos para
afrontar una semana más en nuestros quehaceres diarios.
Y
para aquellos que gustáis de los datos, deciros que recorrimos algo más
de doce kilómetros salvando un desnivel superior a los trescientos
metros en cuatro horas. ¡Ahí queda eso!
Hemos
participado en esta excursión: Rafael García Puig, Gloria Fernández,
Begoña Mata, Inmaculada Sanz, Rocío Eguiraun, Cristina Carrasco, María
Franco, María Gómez, José Vicente Almela, Joaquín Sánchez, Esperanza
Alonso, Mariane Delgado, Gonzalo Fernández Lamana, Pilar Caridad, Aida
Luque, Conchita Carvajal, Marisa Huidobro, Alfonso Simón, Mari Carmen
Vázquez, Marisa, Ricardo y este cronista, Pablo Olavide.
Un abrazo fuerte y buena semana.
Pablo
Muy buena la crónica de nuestro senderista y amigo Pablo Olavide, que siempre nos ayuda a identificar que pájaro canta o que tipo de pájaro es...y muy bonito el reportaje fotográfico de Ricardo que nos hace rememorar cuanto lo disfrutamos. Gracias a los dos
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