Asistentes: Rafael García Puig, Mariane, María Gómez, María Belén, Gloria, Melanie, Marisa Ruiz, Rocío, Alejandro, Isabel y un señor mayor.
Iniciamos
la marcha en la Granja por el camino del Pocillo. El día amenazaba
calor a pesar de lo cual alguna senderista precavida salió de casa con
su rebequita.
El
recorrido es muy hermoso, rodeado de rosales silvestres, robles,
retamas, espinos, gamonales y sobre todo de cambrones. Esta especie que
da nombre al rio es un delicado arbusto parecido a la retama pero con
hojas más finas, con flores amarillas y frutos en forma de haba que lo
hace inconfundible.
Desde
la misma salida pudimos apreciar a lo lejos las cascadas del Chorro
afluente del rio Cambrones. También divisamos el Montón de Trigo y la
Pinareja.
El
río baja caudaloso y refrescante hasta un punto en el que el sendero
llega a un callejón sin salida y no hay más remedio que cambiar de
orilla si se quiere seguir la excursión.
Ahí
se plantearon los primeros problemas, unos eran partidarios de
descalzarse y cruzar el río lo que presentaba serias dificultades pues
la corriente era importante. Las más intrépidas fueron Gloria y Rocío
que rápidamente metieron sus botas en la mochila y se arriesgaron a
cruzar con éxito. También Rafa tuvo instante de arrojo pero cuando
estuvo a punto de perder una bota desistió de la aventura.
La
sorpresa se produjo cuando el señor mayor ni corto ni perezoso se quitó
las botas y después de atarlas entre si, se las colgó al hombro
aconsejando a los demás que hicieran lo mismo. En vano Alejandro le
previno de que se le podían caer pero él, que lo había visto en una
película de John Wayne, siguió impertérrito.
Fue
dar dos pasos y las botas cayeron al agua y fueron arrastradas por el
torrente ante la mirada desconsolada de su propietario.
Tanto
Isabel como Alejandro reaccionaron rápidamente, la una siguiendo el
recorrido de las botas aguas abajo y el otro recogiéndolas del centro
del río cuando quedaron retenidas en un remanso no sin correr un grave
peligro.
Por
fin con gran alborozo el señor mayor recuperó sus botas y como ya
estaban empapadas decidió cruzar el rio con las botas puestas. De ahí
viene la frase de perdidos al río, digo yo.
Después
de cruzar el rio, los tres valientes exploradores al ritmo de Indiana
Jones, subieron por intrincadas sendas y treparon por inexpugnables
rocas hasta que descubrieron dos magníficas pozas conocidas como
Calderas del Cambrones que son piscinas naturales de aguas limpias
remansadas entre las paredes rocosos del tajo.
Lo
sorprendente fue encontrar allí a unas cuantas familias disfrutando
plácidamente del baño que no daban la impresión de haber soportado
tantos sufrimientos como nuestros protagonistas.
Ya
de vuelta, todos no hacíamos cruces de qué hubiera pasado si no
llegamos a recuperar las botas del señor mayor. Pero felizmente no fue
así y pudimos llegar felices al restaurante el Albero donde tomamos las
consabidas cervecitas.
Recorrimos 7,5 km y subimos 160 m. O sea una fácil y plácida excursión veraniega, si no hubiera sido por el señor mayor.
Abrazos para todos
José Vicente
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